A 200 años de la independencia, la Argentina capitalista del siglo XXI es una semicolonia. Las tareas antiimperialistas y de independencia nacional, que en 1810 fueron llevadas a cabo por la burguesía nativa, hoy solo pueden ser encaradas por los trabajadores en unidad con los demás sectores sociales oprimidos.
Mucho se ha discutido entre historiadores liberales, revisionistas, estalinistas, marxistas y demás sobre las características de la Revolución de 1810. Algunos historiadores minimizan la magnitud de la ruptura política -y por lo tanto el primer gran paso hacia la independencia- con el imperio español, en la medida en que los revolucionarios de mayo se hicieron cargo del gobierno reivindicando al rey Fernando VII, preso de las tropas napoleónicas. Y para apoyar esta tesis, señalan que la posterior declaración de independencia en 1816 se debió a la decisión del rey que, una vez repuesto en el poder, se negó a reconocer ningún estatus especial a la burguesía colonial, obligándola así a una ruptura definitiva.
Otros, como Puiggrós e historiadores del PC, trazan un paralelo absoluto con la Revolución Francesa, señalando que en nuestros países hubo una revolución democrático-burguesa antifeudal que no llegó a triunfar en la tarea de abrir paso al desarrollo capitalista pleno.
1810: ¿revolución política o social?
En las antípodas de esta postura están los que sostienen correctamente que en América Latina nunca hubo una formación feudal dominante como en Europa, ya que la colonización americana desde un comienzo estuvo orientada a extraer metales preciosos y materias primas para el mercado mundial y por lo tanto fue una colonización capitalista. Compartiendo esta posición, Milcíades Peña sostuvo erróneamente que no hubo ninguna transformación social: solo un cambio en el control político del gobierno.
Una gran revolución
Para comprender lo acontecido con las revoluciones americanas que enfrentaron a la corona española es fundamental buscar en su génesis: “No es serio afirmar que la independencia argentina y la latinoamericana se produjeron como consecuencia de la decadencia económica del imperio español. Es justamente lo opuesto: la independencia argentina y la latinoamericana fueron consecuencia de las tendencias centrífugas que produjo el importante desarrollo capitalista que se dio durante fines del siglo XVIII en el imperio español». (Nahuel Moreno, Método para la interpretación de la historia argentina)
Pero mientras las fuerzas productivas españolas crecían en forma aritmética, “en Inglaterra, Francia, Holanda y los Países Bajos lo hacían en proporción geométrica… Las tendencias separatistas más recalcitrantes… se daban en las zonas de mayor desarrollo capitalista… ¿Por qué Cataluña y la Vascongada no lograron su independencia, a pesar de las fuertes tendencias separatistas, y en cambio la consiguió Latinoamérica? La explicación hay que buscarla en la posición geográfica…» ya que “en una gran rama de la industria capitalista, la naviera, España estaba atrasada…” (ídem)
Si el proceso independentista que se abrió en mayo de 1810 originó un gran cambio social no fue por liquidar un régimen feudal que no existía, sino porque que permitió liberar a las colonias españolas de la metrópoli (en 1810 hubo cinco procesos revolucionarios) y de las trabas burocráticas e imposiciones del viejo régimen colonial, que impedían el desarrollo del libre comercio y el capitalismo de ese entonces.
El teórico marxista George Novak afirma en torno al triunfo de la guerra por la independencia de EE.UU. que “el resultado de la contienda determinó la etapa siguiente del destino del capitalismo norteamericano. Si la dominación de Gran Bretaña hubiese persistido, eso podría haber frenado y viciado el desarrollo posterior de la sociedad burguesa, como lo hizo en India y África” (ídem). Otro tanto hubiera sucedido con las colonias españolas si el proceso independentista hubiera fracasado.
El 25 de Mayo dio origen a un cambio social al realizar una de las tareas democráticas propias de esta etapa en que la burguesía jugaba un rol revolucionario: la independencia nacional. Esa tarea la podemos equiparar a la “unidad nacional” realizada por la revolución burguesa en las potencias europeas.
Y como toda revolución social produjo un cambio revolucionario en la superestructura política, ya que el poder pasó del viejo aparato colonial virreinal a las manos de la burguesía y las clases dirigentes nativas, cuyos intereses estaban ligados a lograr un desarrollo relativamente independiente. Moreno, Castelli, Belgrano, Monteagudo y San Martín fueron los «jacobinos», el ala radicalizada de ese proceso revolucionario. Dicho proceso fue continental y tuvo en las figuras de José de San Martín y Simón Bolívar las expresiones más sobresalientes de esa batalla, que pudo haber terminado en una América unida.
La segunda independencia y la unidad latinoamericana
En sus textos, Nahuel Moreno nos relata cómo a diferencia de las colonias norteamericanas que supieron unirse contra el colonialismo inglés para dar origen a una poderosa nación, otro fue el destino de los países latinoamericanos.
Los ideales de unidad de sus mentes más claras fueron traicionados por los mezquinos intereses de cada burguesía local, que prefirió privilegiar sus propios negocios con los imperios dominantes, en particular con Inglaterra, que el proyecto de constituir una gran nación latinoamericana independiente.
Por eso podemos hablar de una independencia relativa, ya que la historia de nuestros países atravesó por períodos de mayor independencia y por otros, como el que estamos transitando, en los cuales los lazos semicoloniales se profundizan gravemente.
En esta etapa histórica la burguesía revolucionaria de principios del siglo XIX se ha convertido, parafraseando a Marx, en un “león desdentado”. Ha fusionado sus intereses con los de las multinacionales. Los periodos en que durante el siglo XX encabezó experiencias de enfrentamiento con los mandatos imperiales, al servicio de proteger sus cuotas de ganancia, terminaron en una capitulación total ante el miedo de agitar en demasía la movilización de las masas. Así por ejemplo lo hizo Perón frente al golpe gorila de 1955, cuando se retiró del poder sin dar pelea.
Los fenómenos nacionalistas de los últimos años, encabezados por corrientes pequeñoburguesas, como la dirección de Maduro y otros presidentes “bolivarianos”, demostraron su incapacidad para enfrentar al imperialismo y terminaron entregando las revoluciones populares que les dieron origen. Lejos de tomar las medidas anticapitalistas que exigía la hora, optaron por mantener los negocios de la casta de funcionarios políticos y los sectores burgueses afines.
La tarea inconclusa de aquellos patriotas de Mayo de 1810 sólo podrá ser completada por aquellos cuyos intereses están claramente enfrentados a la gran burguesía imperialista: los trabajadores y los pueblos latinoamericanos.
Son ellos los que enfrentando los brutales planes de ajuste hoy enfrentan y derriban a gobiernos liberales proimperialistas, como hoy lo está haciendo la clase obrera y el pueblo hermano brasilero con el gobierno liberal y entreguista de Michel Temer.
Más que nunca está planteado construir una herramienta política para dirigir hasta el triunfo esa pelea: el partido «jacobino» de la revolución latinoamericana, un partido de los trabajadores, los jóvenes, las mujeres y las masas populares, con un programa abiertamente antiimperialista y anticapitalista.
Gustavo Giménez