El caso Maldonado revela una trama de encubrimiento construida desde el poder para blindaje de negocios capitalistas. El Estado, recurso de las corporaciones. El aparato represivo, «grupo de tareas» de terratenientes. El gobierno, administrador de intereses privados. Nuestros planteos.
En una escena de Juego de Tronos se debate si el conocimiento es poder o el poder es sólo poder. Esto es: si interpretar la realidad es un campo de disputa o si para mandar basta tener la fuerza material. En realidad, para mandar se necesitan combinaciones.
Es notorio que a Santiago lo desapareció la Gendarmería en un operativo de cacería. Pero ese hecho ocurre en un país donde, contradictoriamente, en las PASO se fortalece un proyecto derechista como Cambiemos, pero la polarización social no retrocede en su conciencia democrática. Lo nuevo es que el clima de época que machacan el gobierno y las empresas mediáticas envalentona a capas sociales reaccionarias. La tensión no se disipa: se agudiza.
Así, se plantea un nuevo relato oficial: Maldonado no se sabe dónde está, era un joven aventurero e irresponsable. Al denunciar desaparición forzada hay intencionalidad política contra Cambiemos. La comunidad mapuche es un grupo extranjero, que ocupa tierras privadas y con violencia foquista. Y las fuerzas de seguridad sólo actúan de contragolpe. Una trama para fidelizar a sectores reaccionarios cuyo portavoz es hoy el gobierno.
Despojo sistemático
La desaparición de Maldonado se produjo en tierras cuya propiedad actual defiende el magnate italiano Benetton. Este multimillonario textil (y también megaminero, del mercado deportivo y otros rubros) posee casi un millón de hectáreas en la Argentina. Ted Turner, Stallone, Lewis y otros también son parte de la concentración territorial. Y el despojo tiene un clivaje histórico: la llamada «Conquista del Desierto».
Los historiadores y plumíferos de la derecha -como Mariano Grondona desde La Nación- suscribieron durante años la tesis de que Julio Roca recuperó la Patagonia de la ocupación chilena por parte de mapuches y otras comunidades. Pero el balance numérico es abrumador:
· Entre 1873 y 1903 el Estado malvendió 41 millones de hectáreas a 1.800 propietarios, 67 de los cuales se quedaron con más de 6 millones de hectáreas. La familia Martínez de Hoz se quedó con 2,5 millones.
· El propio Roca recibió 65 mil hectáreas en Daireaux, provincia de Buenos Aires.
¿El saldo de la «Conquista»? Más de 15 mil originarios asesinados. El latifundio argentino está fundado en sangre genocida. En los ’90 se completó el proceso de extranjerización y concentración. En el gobierno de CFK, la prometida ley de tierras extranjeras apenas limitó la concentración «a futuro», con el país ya repartido. Y Macri flexibilizó esa inútil ley.
La inmensidad patagónica se transformó en commodities y objeto de valorización con el fracking, la megaminería y el turismo de élite. En otras zonas del país hay conflictos similares. Una dinámica incompatible con el reclamo de las más de 1.600 comunidades originarias, preexistentes al Estado.
Máquinas de producir «sentido común»
En el libro Periodismo canalla se plantea la duda de, si en las condiciones del capitalismo del siglo XXI y la inconsistencia de los partidos tradicionales, al presidente lo elige la gente votando o los medios construyendo «sentido común». Gramsci hablaba de las máquinas de producción cultural -cine, teatro, familia- como gestores de forma de ver la realidad. Junto a los partidos en crisis, hoy ese rol lo juegan las empresas mediáticas.
Implosionado el bipartidismo tradicional con el 2001, los grandes medios se volvieron un recurso capitalista decisivo para disputar sentido y conciencia de masas. En esta etapa, en su mayoría avalan el proyecto de Cambiemos y militan como un verdadero intelectual orgánico. ¿Ejemplos? Los editoriales de Clarín y La Nación o varios programas-espectáculo, en el peor sentido.
Este elemento para entender el momento político es clave, combinado con la crisis del sistema de partidos, la falta de alternativa a Cambiemos, el rol del posibilismo continental -y local- y la desilusión por su fracaso, y claro, el FIT como escollo al surgimiento de una alternativa unitaria de izquierda con peso masivo. Su negativa a una unidad integradora de otras fuerzas desaprovechó años de oportunidad. Ubicar todos esos factores permite entender el peso de los medios.
Los socialistas decimos
Se trata de ofrecer una salida frente a este cuadro de situación. Es crucial desplegar una campaña nacional de movilización que derrote en las calles la ofensiva represiva y el blindaje de impunidad.
Como socialistas, las únicas fronteras que reconocemos son las de clase. Por eso proponemos confiscar a Benetton, no perseguir a las comunidades originarias. Reconocer su reclamo ancestral y justo significa defender su derecho a la autodeterminación y la plurinacionalidad en cooperación respetuosa, sin capitalistas ni gendarmes. Y por supuesto, libertad al lonko mapuche Facundo Jones Huala y al referente wichí Agustín Santillán.
El sentido de uso del territorio es opuesto al del modelo de acumulación por despojo extractivo de la naturaleza. El territorio es patrimonio social. Por eso estamos por su expropiación y un debate democrático real sobre el uso de todo. Robespierre, jacobino del ala radical de la revolución francesa, explicaba que la democracia consiste «en que el pueblo soberano (…) actúa por sí mismo siempre que sea posible, y si no a través de sus delegados, siempre que no pueda por sí». Actualizado significa democracia real, donde todo lo que no funcione debe ser cambiado en defensa del interés del 99%.
Para superar la desmemoria, desmantelar el Estado desaparecedor, cuestionar todo y plantear otro modelo económico y otra relación con los pueblos originarios, la salida es política. Y es socialista. Por eso construimos el MST como organización de lucha por estas causas. Militá con nosotrxs para hacer de estas banderas las bases de una nueva forma de vida social, colectiva, de mayorías.
Mariano Rosa