Hace 100 años, en la madrugada del 25 de octubre (7 de noviembre en nuestro calendario), destacamentos del Comité Militar Revolucionario del Soviet de Petrogrado, dirigido por los bolcheviques, tomaron por asalto el Palacio de Invierno, sede del Gobierno Provisional. Al día siguiente nació el primer Estado obrero de la historia.
Álvaro García Linera afirma que “la insurrección de octubre simplemente consagró el poder real alcanzado previamente por los bolcheviques en todas las redes activas de la sociedad laboriosa”. Aunque esto es acertado, el vicepresidente boliviano e ideólogo del progresismo posibilista minimiza el hecho más significativo de la Revolución Rusa, el que permitió que las masas obreras tomaran y ejercieran directa y democráticamente el poder, como nunca hasta entonces ni desde entonces: la insurrección que barrió al Estado capitalista, que disolvió en un acto todas sus instituciones y las reemplazó por el sistema representativo que las propias masas habían construido, los soviets de diputados obreros y soldados.
El ascenso bolchevique
El Gobierno Provisional burgués que surgió de la revolución que volteó al zar en febrero de 1917 atravezó un acelerado proceso de deslegitimación ante las masas por su negativa a resolver los reclamos centrales de la revolución: sacar a Rusia de la guerra mundial, resolver el desabastecimiento de alimento en las ciudades y distribuir la tierra en el campo. El apoyo y posterior integración al gobierno de los partidos socialistas moderados que dirigían los soviets les valió un creciente desprestigio, mientras los bolcheviques acrecentaban su influencia entre los obreros prometiendo que “la paz, el pan y la tierra” se lograría trasladando “todo el poder a los soviets”.
El golpe de Estado que intentó el general Kornilov en agosto, prestigió enormemente a los bolcheviques, que encabezaron la lucha que lo derrotó, y selló la suerte del Gobierno Provisional. Como escribe Pierre Broué en El Partido Bolchevique, “el golpe de Estado, sirve fundamentalmente para invertir por completo la situación a favor de los bolcheviques que, en lo sucesivo, se beneficiarán de la aureola de prestigio que les da su victoria sobre Kornilov. El día 31 de agosto, el soviet de Petrogrado vota una resolución, presentada por su fracción bolchevique, que reclama todo el poder para los soviets (…) Los mencheviques, a partir de entonces, navegan contra la corriente pues, uno tras otro, los soviets de las grandes ciudades – el de Moscú el día 5 de septiembre y más tarde los de Kiev, Saratov e Ivanovo-Voznessensk – alinean su postura con la del soviet de la capital que, el día 23 de septiembre, eleva a Trotsky a la presidencia. A partir de entonces estaba claro que el II Congreso de los soviets, cuya inauguración estaba prevista para el día 20 de octubre, había de exigir el poder”.
La insurrección
Lenin, desde Finlandia, donde permanecía recluido desde julio, se convenció de que había llegado el momento para arrebatar el poder, y que había que aprovecharlo sin demora o se perdería la oportunidad. Trotsky planteó que había que esperar al Congreso de soviets que les daría la legitimidad del organismo que los trabajadores consideraban su gobierno auténtico, mientras Kamenev y Zinoviev se opusieron a la insurrección por entero. Tras un arduo debate, y la vuelta de Lenin, el Comité Central del partido resolvió, con 10 votos a favor y los de Kamenev y Zinoviev en contra, preparar la toma del poder, que de todos modos se fue postergando por necesidades logísticas, y terminó coincidiendo con el Congreso de soviets que se celebraría a partir del 25 de octubre.
Trotsky fue encargado de dirigir el operativo. El Soviet de Petrogrado que presidía había formado un Comité Militar Revolucionario para defender la revolución del golpe de Kornilov. Esta comisión se mantuvo y se encargó de aprovechar cada intento represivo del gobierno, no solo para defender a los soviets, sino para extender el alcance de su poder. Cuando el gobierno anunció que trasladaría la guarnición de Petrogrado al frente de la guerra, las tropas de la guarnición proclamaron su desconfianza en el gobierno y exigieron la transferencia del poder a los soviets. El Comité Militar Revolucionario envió comisarios para reemplazar a los oficiales del gobierno de cada unidad de la guarnición y dictó una orden de que “ninguna directiva no firmada por el Comité Militar Revolucionario debía considerarse válida”. Efectivamente, el Soviet le había arrebatado al gobierno el control de las fuerzas armadas en la capital.
Kamenev y Zinoviev, rompiendo la diciplina partidaria, publicaron artículos anunciando el plan insurreccional bolchevique y su desacuerdo con el mismo. La prensa burguesa y socialista moderada iniciaron una campaña mediática contra el “golpe sangriento” que planeaban los bolcheviques, y el gobierno ordenó la detención del mando del Comité Miltar Revolucionario, pero no encontraba quién los arrestara.
La víspera del Congreso de soviets, el gobierno intentó entorpecer su funcionamiento, por ejemplo levantando los puentes por los que se accedía al centro de la ciudad. Las respuestas del Comité Militar Revolucionario efectivamente anularon cada maniobra, extendieron el control del soviet sobre la ciudad. Fue uno de los actos menos violentos de la revolución. Destacamentos de soldados ocuparon los edificios del gobierno, estaciones de transporte, puentes, centros de comunicaciones. En la madrugada del 25 de octubre un destacamento de obreros armados tomó el Palacio de Invierno, cede central del gobierno. El presidente Kerensky había huído algunas horas antes, los demás ministros fueron arrestados sin resistir. Como describió Trotsky: “No fue necesario emplear la fuerza, ya que no hubo resistencia. Las masas insurreccionales levantaron los codos y empujaron a un costado a los amos de ayer”.
El poder estatal
La siguiente mañana una delegación de la Duma municipal (Consejo Deliberante) se presentó ante Trotsky para preguntar si la Duma sería disuelta. En su autobiografía, Trotsky subraya lo repentino que fueron los cambios decisivos: “¡Cuánto han cambiado las cosas en esta noche! No hace más que tres semanas que hemos conseguido la mayoría en el Soviet de Petrogrado. No éramos casi, más que una bandera, sin imprenta propia, sin caja, sin secciones. Todavía la noche anterior acordaba el Gobierno arrestar al Comité Militar Revolucionario y andaba buscando nuestros paraderos. Y he aquí que, de pronto, se presenta una comisión de la Duma municipal ante estos revolucionarios “proscritos” para preguntarles qué suerte va a ser la suya”.
Ese día el Congreso de soviets comenzó votando el traspaso del poder estatal a los soviets. En los siguientes días, el nuevo gobierno soviético hizo todo lo que el Gobierno Provisional no pudo o no quizo hacer en meses. Emitió una oferta de paz inmediata para terminar con la guerra, decretó el control obrero de la producción, la distribución de la tierra a los campesinos, derechos de género que abarcaron desde el voto hasta el aborto, y la educación universal y gratuita, entre otros derechos.
Todo esto fue posible por la movilización revolucionaria que protagonizaron las masas rusas. Fue posible porque existió un partido revolucionario que intervino en ese proceso y ganó la confianza de esas masas. Y, decisivamente, fue posible porque dirigió a las masas hacia el poder estatal, porque barrió a las instituciones viejas y puso en el poder a las instituciones democráticas creadas por las propias masas movilizadas.