El 5 de mayo se cumplieron 200 años del nacimiento de Karl Marx. La vigencia de las ideas de un revolucionario que se niega a desaparecer.
Cuando estalló la crisis capitalista mundial de 2008, los libros de Marx volvieron -una vez más- a las listas de los best-sellers. La precisión con la que él describió el funcionamiento del sistema social burgués, sus contradicciones y su tendencia a caer en recurrentes crisis cíclicas no deja de asombrar por su actualidad. Más tomando en cuenta que, en su tiempo, el capitalismo era aun infante, tímido, fragmentado y localizado en unos pocos centros urbanos europeos. Pero Marx capturó su esencia y acertó en su dinámica central, describiendo hace más de siglo y medio, el sistema globalizado, voraz y destructivo que enfrentamos hoy.
¿No había terminado la historia?
Muchas veces se intentó sepultar al marximo, y nunca se estuvo tan cerca de lograrlo como cuando cayó el Muro de Berlín y se derrumbó la Unión Soviética. No importaba que aquellos regímenes totalitarios no tuvieran nada que ver con el socialismo el socialismo había fracasado. La conclusión era inequívoca: la desigualdad es inevitable, y la competencia naturaleza humana. El marxismo es una linda idea, pero utópica y, llevada a la práctica, indefectiblemente deriva en el gulag. El resultado estaba a la vista: aquellos experimentos habían fracasado y vuelto a abrazar las bondades de las libertades del mercado.
Los escribas del liberalismo burgués tuvieron su fiesta, habían ganado. Llegaron a escribir que había terminado la historia, la humanidad había llegado a su zenit, sólo faltaba incorporar a los pobres pueblos de la ex Unión Soviética al mercado mundial para que que capitalismo tuviera un nuevo Renacimiento y extendiera la abundancia y la felicidad al mundo entero. Duro poco la exaltación, las crisis pronto volvieron, la desigualdad ha crecido geométricamente, el hambre y la miseria se han extendido, las guerras proliferan y la destrucción medioambiental se ha transformado en una amenaza de proporciones bíblicas.
Incluso las ideas predominantes en las cabezas de millones se han desplazado significativamente. El utopismo y la imposibilidad del socialismo, ese escepticismo generalizado que se impuso tras la caída de la URSS, ha dado lugar a un cuestionamiento inverso. Hoy, es la viabilidad del sostenimiento del capitalismo en el tiempo lo que está en tela de juicio, de manera cada vez más generalizada.
Esto no da para más
Actualmente se producen en el mundo alimentos suficientes para alimentar dos veces la población mundial, y mueren millones de hambre cada año. Otros tantos mueren por enfermedades que tienen tratamientos efectivos. Además, se sigue aumentando la combustión de petróleo y carbón para producir energía, sabiendo que es ésta la causa del calentamiento global que pone el futuro de la humanidad en riesgo, aunque existe toda la tecnología necesaria para transicionar completamente hacia energías limpias.
Ninguno de estos sinsentidos es consecuencia de una mala administración, sino todo lo contrario. La lógica del capitalismo impone la inexorable necesidad de acumular ganancia. Los alimentos y los medicamentos se tienen que vender a un precio que deje ganancia, y si millones no pueden pagar y se mueren por ello, bueno, podría ser peor. Si bajan los precios, no hay ganancia, cierran empresas, o no invierten, y despiden. Terminan millones más en la calle sin trabajo y sin dinero para comprar comida o medicamentos. Y el petróleo genera tanta ganancia que dejar de comercializarlo llevaría al colapso de ramas enteras de la industria mundial, millones y millones más en la calle y sin dinero.
Abruma la vigencia de la conclusión de Marx de que estas contradicciones del sistema capitalista lo transformarían en un escollo para el desarrollo de la sociedad, por más avances tecnológicos que produjera. Los principales problemas de la humanidad hoy tienen soluciones al alcance de la mano, pero necesariamente están más allá de los límites del capitalismo.
No tiene arreglo
Las clases dominantes de todos los tiempos han infundido la idea de que su realidad es la única posible. La irreverencia de Marx, en ubicar al capitalismo como una más de esas sociedades condenadas a ser superadas, tiene una actualidad polémica. Los posibilistas de hoy disputan en cada terreno las aspiraciones de pueblos enteros alzados en revolución. El balance y la actualidad de los procesos que recorrieron América Latina, la última década y media, son testamento.
Marx llevó esta definición a sus últimas consecuencias. Especialmente a partir del balance de la Comuna de París en 1871 -la primera experiencia de los trabajadores en el poder- marcó una conclusión fundamental. Los explotados deben arrebatar el poder, y solo mediante una revolución se puede desalojar a los explotadores. Hay que barrer con todo su Estado, que no tiene arreglo, y reemplazarlo por uno propio, construido por la clase obrera en movimiento.
El sepultero de la desigualdad
La clase trabajadora también ha sido víctima de intentos por barrerla debajo de la alfombra. Las ideologías posmodernas, que daban cuenta del supuesto fin de la historia, han querido explicar que la robotización acabará con los trabajadores, que la deslocalización de la economía globalizada desarticula a los trabajadores como clase, como sujeto social, y decenas de definiciones confusionistas más. Lo cierto es que la clase obrera se ha extendido y crecido en términos absolutos y relativos en el mundo en las últimas décadas.
El intento por esconder a la clase obrera es bien interesado, y coincide con el motivo por el cual Marx la reconoció como el único sujeto social revolucionario. Es la clase que produce todo en el capitalismo, que tiene el poder de frenar la producción, y de reordenarla bajo su propio control democrático.
Tesis XI
Sin embargo, tal vez el aspecto del legado de Marx que goza de la mayor vigencia es aquel expresado en la famosa frase de sus Tesis sobre Feuerbach: «los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modo el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo».
Engels, que vivió algunos años más que su amigo, dijo que Marx fue, ante todo, un revolucionario. No era una valoración moral ni ideológica. Marx dedicó el grueso de su tiempo y de su vida a la militancia. Específicamente, a la construcción de partidos políticos para dirigir la revolución socialista.
Hoy el Manifiesto Comunista se estudia en ámbitos académicos, como un texto analítico, poético y hasta profético. Pero fue lo que su nombre indica: un manifiesto de un partido político -la Liga Comunista- que llamaba a las armas a los proletarios del mundo bajo un programa revolucionario que enumeraba en sus páginas. Ese es el Manifiesto que vamos a reivindicar en una campaña internacional de Anticapitalistas en Red este año.
Algunos años después, Marx fue el artífice central de la fundación de la Asociación Internacional de Trabajadores, el primer partido internacional de trabajadores, de la cual también fue su principal dirigente. Ese Marx militante es el que más necesitamos alzar a sus 200 años.
Federico Moreno