A finales de 2018, Greta Thunberg, una adolescente sueca de 16 años, encabezó una acción de lucha durante tres semanas antes de las elecciones suecas planteando al parlamento sueco que actúe con urgencia para frenar el cambio climático. Esa protesta siguió todos los viernes después de las elecciones, y fue reclutando apoyos y motivando a otros estudiantes de otros países que se fueron también uniendo a este movimiento creciente de los viernes que ya se conoce como #FridaysForFuture y se va extendiendo con fuerza por Europa y llega también a otros países.
Greta habló ante la representación de 200 países en la última cumbre del clima organizada por la ONU. La secundaria fue categórica: “necesitamos una huelga estudiantil por el clima”. Esta convocatoria tuvo repercusión en varias ciudades de Bélgica (sede de la Unión Europea), que ya tuvo huelgas y manifestaciones durante varios viernes consecutivos. En el primer viernes, la asistencia fue de 3.500 jóvenes en Bruselas. Ya la semana pasada esa cifra superó los 75.000. En La Haya, Holanda, hubo 10.000 estudiantes. Y en Berlín 35.000 movilizados. En Francia, específicamente París, se movilizaron grupos de los liceos planteando la consigna “los viernes verdes y los sábados amarillos” (en alusión a la lucha de los chalecos). Hubo acciones en EEUU y Japón. La movilización del próximo 15 de marzo cuenta en principio con 524 ciudades del mundo comprometidas en 59 países. Es evidente que estamos frente a un movimiento de tendencia creciente que se desenvuelve como una nueva marea internacional.
Ni millennials ni centennials: generación (anti)sistémica
Consultoras y sociólogos posmodernos etiquetan a la juventud actual en función de pautas de consumo, relación con la tecnología digital y otros parámetros de superficie. Tienen como propósito precisar sus contornos como “nichos de mercado”. Sin embargo, lo dominante en la juventud actual del rango etario que va de los 15 ó 16 años hasta los 35 no es ni su condición de “nativos digitales” o su “predisposición tolerante” a las minorías.
El rasgo saliente es su relación con la crisis crónica, global y civilizatoria del capitalismo. Se trata de una generación que tiene poco que ver con la dinámica de escepticismo predominante después de la caída del Muro de Berlín. Ese proceso histórico tiene en el universo de referencias de la actual juventud un valor muy relativo, de página muy pasada sin resonancias directas en su identidad política presente. Más bien la generación presente cabalga sobre otro muro en desplome: el del sistema capitalista a partir del crack mundial del 2008. Es el contingente solidario con la indignación de las plazas de las revoluciones árabes del Magreb, de la Plaza del Sol, de Ocuppy Wall Street. Es la camada juvenil que reacciona frente a los planes de la educación “low cost”, la precarización laboral y la confiscación de derechos históricos. Es la generación sorora con la ola feminista y disidente internacional que conmueve iglesias pedófilas y pilares del patriarcado. Es la generación que desconfía, cuestiona, impugna las castas políticas tradicionales, los burócratas de universidades y colegios, las empresas mediáticas y la doble moral burguesa. Finalmente, claro, es la juventud consciente de curso terminal de la naturaleza en los términos de la producción capitalista. En resumen, se trata de una generación en condiciones objetivas de animar un proceso profundo de activismo militante y transformador. Discutamos entonces agenda, plataformas y métodos de lucha.
(In)justicia climática, depredación extractiva
El panorama socioambiental en nuestros países de América Latina están atravesados por dos fenómenos en pinza: las derivas del cambio climático, que alteran de forma abrupta temperaturas y, además, suma un agravante que es el impacto del modelo extractivo de acumulación capitalista. Todos los estándares previsibles y repetitivos del clima están cuestionados. En Argentina tuvimos este verano climas extremos con calores históricos en Tierra del Fuego -30° en enero; y nieve en Jujuy. Lo repetimos infinitas veces en artículos que publicamos: el planeta logró estabilizar en 15 ° C la temperatura promedio durante decenas de miles de años. Durante los últimos 10 mil esa regularidad permitió desarrollo civilizatorio humano como nunca antes. Sin embargo, los registros climatológicos de los últimos 150 años revelan un aumento de la temperatura media en ritmo equivalente a los 10 mil años previos. Para ponerlo más simple: el modo de producción capitalista basado en la quema de combustibles fósiles (petróleo, gas y derivados) emitió gases de efecto invernadero que alteraron el clima de forma cualitativa y en dinámica irreversible en un cortísimo período histórico. Esa dinámica se impone por la ley inherente al sistema de maximización del beneficio privado en base a la sobreproducción e hiperconsumo irracional, no planificado y anarquizante. Pero como marcamos más arriba, estos impactos no son los únicos sobre nuestros países. La necesidad de bajar costos de producción en insumos y asegurar valor en reserva, diseñó un patrón de acumulación capitalista de consecuencias depredatorias: agronegocio con semillas transgénicas y agrotóxicos a gran escala; megaminería contaminante en el corredor andino; fracking en todas partes y cementación en las ciudades, también anárquica con la racionalidad anti-social del capital. Por supuesto, todo gestionado por partidos tradicionales, burocracias en sindicatos y empresas mediáticas que militan por justificar esa orientación como “destino inexorable”. Redondeando: los desafíos para el movimiento socioambiental se multiplican en Latinoamérica.
Transformar la sociedad, cambiar la vida
En lo inmediato tenemos un propósito de lucha muy claro: activar el movimiento #ViernesPorFuturo en toda la Argentina, empezando por movilizar a Congreso el próximo 15M y replicar en plazas de todo el país esta convocatoria internacional. Nuestro enfoque plantea una salida transicional al desastre del capital, que lo cuestiona y lo supera, no por abstractos razonamientos ideológicos, sino con fundamentos prácticos, concretos. La urgencia del cambio climático requiere sustituir la matriz de energía basada en hidrocarburos por limpias y renovables. Eso implica, sí o sí, expropiar a las petroleras y preparar ese cambio productivo básico. Pero no se reduce el problema al vector de energía, al combustible. El problema radica en la irracionalidad del capitalismo. Si las decisiones sobre qué se produce, cuánto y cómo las monopoliza el 1% que lucra del esfuerzo social ajeno y la depredación ecosistémica, las energías renovables se van a transformar en negocio “verde”. Hay que reorganizar la producción y el consumo en base a otra lógica: la de planificar con democracia de mayoría lo que hace falta socialmente, no lo que da rentabilidad privada creciente. Entonces, se integran a esa ecuación social, otros parámetros: la comida suficiente, accesible y saludable (eso implica, sin transgénicos ni agrotóxicos); la protección del agua potable, porque es elemental; los espacios verdes y públicos; y otra matriz de energía, renovable, limpia. Así, sin necesidad de austeridad forzada, ni moral franciscana, se reduce el volumen material de lo que se produce y cambiando las condiciones de producción, complementado con una potente reorganización de la educación social (en escuelas y universidades, pero también con la democratización real de los medios), se modifican también revolucionariamente las pautas de consumo.
Todo esto implica movilización social, democracia del 99% y fuerza política de cambio de fondo, desmantelando el actual poder político, para suplantarlo por otro basado en la fuerza de la clase trabajadora, la juventud y todos los sectores del pueblo agredidos por el capital. Es decir: garantizar derechos básicos en defensa propia, requiere revolucionar, transformar y dar vuelta todo. Así, con esta hoja de ruta, cambiar la vida. Luchamos por esa perspectiva por futuro y presente.
Mariano Rosa, Coordinador de la Red Ecosocialista