Se cumplen 79 años del asesinato de León Trotsky a manos del agente estalinista Ramón Mercader. La mano de Stalin fue la que sostuvo el piolet que se hundió en el cráneo del revolucionario y que conserva aún los restos de su sangre, después que un coleccionista la rescatara hace poco de la guarda de una mujer mexicana.
Trotsky nunca dejó de combatir. Hasta el último momento, frente al ataque traicionero y fatal de un joven asesino, forcejeó, peleó por su vida, peleó contra la barbarie estalinista. Siempre estuvo armado, por momentos su pluma, su oratoria, su prédica sobre la vanguardia y las nuevas generaciones, lo convirtieron en un hombre tanto o más peligroso que cuando dirigía a ese poderoso ejército rojo que construyó de las milicias revolucionarias y los rastros del ejercito zarista y lo convirtió en la herramienta eficaz para derrotar nada más y nada menos que a 14 ejércitos contrarrevolucionarios.
León era consciente, como lo escribió en los primeros párrafos del Programa de Transición, de que: “Sin revolución social en un próximo período histórico, la civilización humana está bajo amenaza de ser arrasada por una catástrofe”. Su sentencia no tenía nada de exagerado, un año después de escrita comenzó una de las grandes carnicerías del sistema imperialista: la Segunda Guerra Mundial. Hoy más que nunca, cuando la humanidad juega su existencia misma como especie si no detiene la destrucción sostenida que las multinacionales están haciendo del planeta, este concepto recobra su significado.
Dedicó toda su vida a la revolución, cuando junto a Lenin dirigió la Revolución rusa y fundó la III Internacional en el pico del ascenso revolucionario, o cuando le tocó vivir la cárcel y el destierro, primero a manos de la dictadura zarista, luego perseguido por el terror de Stalin. Así lo reflejaba el escritor cubano Leonardo Padura, autor de la exitosa novela que relata su vida y asesinato “El hombre que amaba los perros”, en una entrevista hace unos años1: “en su voluntad de mantener en los momentos más difíciles esa lucha creo que es el elemento de Trotsky que más admiro. Creo que esa decisión de incluso cuando se sentía más aislado, cuando se sabía políticamente más derrotado, mantener su decisión de seguir luchando, de fundar una nueva internacional, de seguir denunciando lo que ocurría en la Unión Soviética, y en la relación de la Unión Soviética con los movimientos revolucionarios internacionales, creo que es uno de los aportes más importantes que hizo Trotsky”.
Sin Trotsky, el marxismo moderno tendría que reinventarse
Este período de su vida y militancia, quizás el más difícil, es el más importante de su legado. Una etapa en la que Trotsky era irremplazable. Junto a Lenin había dirigido la revolución, derrotado a los ejércitos blancos y fundado la III Internacional, pero esta pelea que lo llevó a la fundación de la IV Internacional fue, como él afirmó la más importante de su vida.
Contra los que opinaban que no tenía sentido fundar la IV con un puñado de organizaciones y de cuadros en el medio de la noche contrarrevolucionaria del fascismo y el estalinismo, la fundación de la nueva organización fue la conclusión de un sin número de batallas políticas, contra la degeneración burocrática de la III y el PCUS primero, por reagrupar a la oposición revolucionaria y construir una nueva organización internacional luego de la traición de Stalin a la revolución alemana que permitió el ascenso y triunfo de nazismo. La IV resumía a la vez la experiencia de esas batallas y una necesidad, la de preparar un nuevo estado mayor de la revolución, para cuando la clase obrera y el movimiento de masas pasaran nuevamente a la ofensiva.
Por eso aquel revolucionario ya viejo, aislado y exiliado a miles de kilómetros en México era un peligro estratégico para la casta burocrática contrarrevolucionaria que, con Stalin a la cabeza, había amordazado y traicionado la Revolución rusa y mundial. Acabar con su vida no fue la decisión de un maniático fuera de sí, sino el cálculo frío del jefe de la contrarrevolución mundial.
Y por eso las batallas que dio Trotsky son tan importantes para la revolución de nuestros tiempos. Él pudo mantener el hilo rojo de Marx, Engels, Rosa Luxemburgo, Lenin. En ningún momento se ilusionó o transó con la camarilla burocrática, como sí hicieron otros que abandonaron la pelea intransigente buscando una “política posible”. Así lo hicieron revolucionarios como Kamanev, Zinoviev o Bujarín, que terminaron fusilados. Gracias a su pelea el marxismo actual, el que puede mostrar un camino distinto al de las monstruosidades del mal llamado “socialismo real” y librar el desafío de acaudillar la revolución social que tanto necesita la humanidad, tiene su sello: es el trotskismo.
Ser trotskista
Como nos enseñó Trotsky, en su teoría de la Revolución Permanente, ser trotskista es militar cotidianamente porconstruir un partido revolucionario, que insertado en el seno de la clase trabajadora como centro y participando de todas las luchas democráticas contra la opresión capitalista, pueda llevar estas luchas hasta el final, destruir el gobierno de las multinacionales y reemplazarlo por uno de los trabajadores y todas las clases aliadas y sectores sociales explotados por el capitalismo. Que sostenga que el capitalismo es por su naturaleza “salvaje” y ser parte de gobiernos con partidos que buscan un “capitalismo humano” con la excusa de derrotar a la derecha, es caer en una trampa que va a seguir hundiéndonos en el hambre y la miseria.
Que la lucha contra el sistema capitalista no es una lucha nacional. El capitalismo es un sistema mundial y entonces la conquista de la revolución en un país es una enorme palanca para la pelea contra el sistema imperialista. Y por eso, a la par que construimos un partido revolucionario nacional es fundamental la construcción de una herramienta mundial, la Internacional. Ser trotskista es igual a ser “internacionalista”.
Que somos la corriente que está por desarrollar en forma permanente la pelea de la clase obrera y todos los sectores oprimidos. Que solo la movilización continua de los trabajadores y los pueblos nos dará la fuerza necesaria para derrotar al sistema capitalista imperialista y por eso ser trotskista es ser un luchador sin pausa, enemigo de los que quieren transar o conformarse con ganar solo alguna pelea.
Que para ganar la dirección de los trabajadores y derrotar a la repodrida burocracia que la dirige y maniata sus energías, es necesario ser los máximos impulsores de la democracia obrera, y consecuentemente de la democracia estudiantil, en el movimiento de mujeres, en todos los sectores en lucha. Que los luchadores decidan democráticamente en asamblea qué pasos seguir y que los dirigentes combativos respetados sean los más consecuentes en defender este principio. Y este régimen basado en la democracia de las bases es el que queremos imponer como gobierno cuando los trabajadores tomen el poder.
Finalmente, queremos que nuestro partido y la internacional agrupen a los mejores luchadores anticapitalistas, en una amplia democracia a la hora de discutir qué hacer y que actúen como un solo puño cuando deban intervenir en las luchas y los procesos. Que defiendan los principios construidos durante la lucha de tantos años y que le huyan al sectarismo, la autoproclamación y el dogmatismo como a la peste.
Ser trotskista es ante todo ser optimista porque creemos en las luchas de la clase trabajadora y los pueblos ya que mientras esas luchas se desarrollan tenemos la oportunidad de pelear la dirección a las corrientes procapitalistas y pelear por la revolución socialista. Trotsky nos daba un ejemplo de ese optimismo en su testamento, luego de haber soportado una larga persecución, de perder a sus hijos en la pelea contra Stalin y ver caer a tantos viejos y queridos camaradas escribiendo al final de su testamento: “La vida es hermosa. Que las futuras generaciones la libren de todo mal, opresión y violencia y la disfruten plenamente.”
Leonardo Padura, La Habana 2012 (2° parte), entrevista del MST TV publicada en Youtube.
Gustavo Giménez