Del campo al plato: industria capitalista, veganismo e izquierda

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La acción de protesta de un colectivo vegano en la Rural y la brutalidad reaccionaria con la que fueron repelidos, instaló un debate social sobre la comida. A la vez, las cuestiones vinculadas al medioambiente ganan peso todos los días porque crece un movimiento social de escala internacional sobre el tema. Nuestra visión sobre este asunto.

Un libro excelente para abordar esta temática es «El detective en el supermercado», de Pollan. Este periodista plantea el siguiente cuadro de situación:
Cuatro de las diez primeras causas de mortalidad hoy en día son enfermedades crónicas cuya conexión con la dieta está comprobada: cardiopatía coronaria, diabetes, infarto y cáncer.

La «dieta occidental», con muchos alimentos procesados, mucha carne, mucha grasa y mucho azúcar añadido, enferma y engorda.
Pollan registra también en su libro que hace varias décadas un grupo de médicos observó que donde la gente abandonaba su forma tradicional de comer y adoptaba la «dieta occidental», pronto aparecían enfermedades como la obesidad, la diabetes, los problemas cardiovasculares y el cáncer, que se bautizaron como «enfermedades occidentales».

Industria de la necesidad artificial, la culpa y el milagro

Las mismas empresas que incentivan la comida basura, de muy baja calidad, con un impacto negativo en nuestra salud, son quienes nos venden después «alimentos milagro» para adelgazar, controlar el colesterol o fortalecer el sistema inmunológico. El mecanismo es siempre el mismo. De arranque, la publicidad, la gestación de una necesidad artificial. La inversión publicitaria no escatima recursos económicos. Se calcula que, en 2015, por ejemplo, la industria alimentaria de EE.UU. gastó más de 50 mil millones de dólares en publicidad, más que ninguna otra industria del país. Coca-Cola, en concreto, desembolsó 3.200 millones de dólares, un total muy superior al conjunto del presupuesto de la Organización Mundial de la Salud.

Lo segundo, es la culpa individual. Somos culpables por comer mal, engordar, enfermarte. Si engordás, dicen, es porque no tenés fuerza de voluntad. Y en paralelo imponen estereotipos de personas flacas y esculturales. Nos venden el paradigma de la perfecta mujer y del perfecto hombre. En definitiva, la culpa es nuestra. Mientras, esconden las causas estructurales de tanta gordura y enfermedad.

La tercera variable de esta forma de incidir, es el producto «milagro» y el experto. El emblema sería en Argentina el Dr. Cormillot y su línea de productos «sanos». Los mismos que nos venden comida de mala calidad nos dan clases de nutrición y nos ofrecen alimentos funcionales, que contienen componentes que -dicen- benefician la salud: leches enriquecidas con ácidos grasos omega-3, yogures con calcio, vitaminas A y D; cereales fortificados con fibra y minerales; jugos con vitaminas.

No es la comida, es el capitalismo

La globalización de la comida, en su carrera por obtener el máximo beneficio, deslocaliza la producción de alimentos, como ha hecho con tantos otros ámbitos de la economía. Produce a gran escala en los países del Sur, aprovechándose de unas condiciones laborales precarias y una legislación medioambiental casi inexistente, y vende su mercancía en Europa y otras regiones a un precio competitivo. O produce en el Norte, gracias a subsidios estatales agrarios en manos de grandes empresas, para después comercializar dicha mercancía con esa ventaja en la otra punta del planeta, vendiendo por debajo del precio de costo y haciendo la competencia desleal a la producción autóctona.

A partir de ahí todo es negocio, aspiración de rentabilidad y, por lo tanto, es el parámetro que ordena todo el circuito de producción, comercialización y consumo. En ese sentido, hablando de cómo la lógica del capital somete a su dinámica la alimentación y la salud, es necesario referirse también al negativo impacto de algunos aditivos alimentarios (aromatizantes, colorantes, conservantes, antioxidantes, edulcorantes, espesantes, potenciadores del sabor, emulsionantes…) en nuestro organismo. Está claro que desde los orígenes de la comida existen métodos para conservarla, y es fundamental que así sea. Si no, ¿qué comeríamos? Pero el desarrollo de la industria alimentaria ha generalizado el uso de aditivos químicos de síntesis para adaptar la comida a las características de un mercado kilométrico (donde los alimentos viajan distancias enormes del campo al plato), consumista (potenciando el color, el sabor y el aroma de lo que comemos para hacerlo más apetecible y atractivo) y que endulza artificialmente la comida con productos que dejan mucho que desear. Dos ejemplos especialmente preocupantes y significativos son el aspartamo y el glutamato.

El aspartamo es un edulcorante no calórico usado en bebidas y comidas light. Algunos estudios han apuntado a las negativas consecuencias que puede tener en nuestra salud. La Fundación Ramazzini de Oncología y Ciencias Ambientales, con sede en Italia, publicó en 2005 en la revista Environmental Health Perspectives los resultados de un exhaustivo trabajo donde, a partir de la experimentación con ratas, señalaba los posibles efectos cancerígenos del aspartamo para el consumo humano. El glutamato, por su parte, es un aditivo potenciador del sabor muy utilizado en fiambres, hamburguesas, mezclas de especias, sopas de sobre, salsas y papas fritas. La Universidad Complutense de Madrid publicó en los Anales de la Real Academia Nacional de Medicina los resultados de un largo trabajo donde analizaba los efectos de la ingesta de glutamato en el control del apetito. Las conclusiones fueron demoledoras: su ingesta aumentaba el hambre y la voracidad en un 40%, e impedía el buen funcionamiento de los mecanismos inhibidores del apetito, con lo que contribuía al incremento de la obesidad y, a partir de ciertas cantidades, se consideraba que podía tener efectos tóxicos sobre el organismo. En síntesis: al servicio del lucro, la industria de la comida no repara en consecuencias de ningún tipo.

Recapitulando: sobre la carne y nuestra propuesta

El consumo mundial de carne en sí no es el problema. En todo caso, bajo el capital, la carne se produce en condiciones que enferman a las personas que la consumen; concentra recursos que arrebata a la agricultura; y la estandariza-ción industrial, cosifica y maltrata bestialmente a los animales. No se puede discutir por separado esta cuestión. Entonces, otra vez. La carne procesada, con animales sobremedicados (solo en EEUU el 80% de la producción de medicamentos va a la industria cárnica) y engordados a base de cereal transgé-nico, impacta negativamente en la salud. Adicionalmente, la ganadería impacta sobre el efecto invernadero y «recicla» proteínas que, en parte fundamental, humanamente podrían conseguir de las plantas. La militancia vegana crece, porque denuncia esta industria que refuerza toda su naturaleza comercial y depredatoria. El componente juvenil del movimiento se extiende y conecta con la ola verde feminista-disidente. Es normal encontrar en el activismo vegano, mucho de consciencia anticapitalista y antipatriarcal.

A la vez, como todo movimiento social que protesta contra consecuencias parciales del capitalismo, pero no lo cuestiona políticamente y lucha por su desmantelamiento, cae en posiciones limitadas.
Entonces, nuestro planteo en materia alimentaria se podría resumir así:

  • Etiquetado de todo lo que comemos con el señalamiento de su condición lesiva para la salud.
  • Promoción e incentivos a la producción agroecológica y fuertes impuestos a la comida comercial, con precios máximos al consumo.
  • Educación socioambiental y de cultura alimentaria en todos los niveles.
  • Prohibir la publicidad comercial que estimula el consumo artificial de comida.
  • Expropiación de las empresas clave de la producción de comida.
  • Prohibir transgénicos y glifosato.
  • Declarar de utilidad social los territorios de cultivo. Expropiación, reforma agraria y producción con métodos agroecológicos.
  • Circuitos cortos de comercialización, sin intermediación capitalista.

Con estas pistas avancemos en una propuesta concreta: recuperar la soberanía política sobre la producción de comida; expropiar a los capitalistas del sector y planificar la producción en base a las necesidades sociales, de preservación de la salud de la mayoría y eco-sustentables. Esta opción, de suyo, equivale a abolir el maltrato animal de la industria actual. La dieta, la relación con la naturaleza y el alimento, son campos de acción de la política y de la orientación social que domine.

Mariano Rosa

 


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