Se cumplieron 31 años de la Masacre de la plaza Tiananmen. La brutal represión con la que se detuvo ese enorme movimiento revolucionario de los estudiantes y la juventud china que cuestionó el régimen totalitario del Partido Comunista, cuyas banderas siguen vigentes.
Escribe: Gustavo Giménez
A fines de la década del ‘80 ingresaron en la República Popular los mismos vientos de cambio que iban, en pocos años, a terminar con las dictaduras del Partido Comunista en Europa del Este y en la ex URSS. Fueron los estudiantes chinos los que transmitieron estos nuevos aires de libertad contra el régimen encabezado por Deng Xiaoping. Este dirigente de la burocracia china fue el ideólogo de la apertura a los negocios capitalistas, que llevarían a la transformación de la economía del estado obrero burocrático con prácticas de superexplotación (que recuerdan a las terribles condiciones laborales de los proletarios de la revolución industrial del siglo XIX), a convertirse en la potencia capitalista que hoy representa.
Las manifestaciones estudiantiles de finales de 1986 y principios de 1987, exigiendo mayores libertades democráticas, son los antecedentes inmediatos del estallido de 1989. Como producto de esas protestas fue destituido el «reformista» secretario general del Partido Comunista de China (PCCh), Hu Yaobang, quién pertenecía a un sector burocrático que buscaba cierta «apertura» del cerrado régimen político y fue acusado de defender los reclamos de los estudiantes.
El fallecimiento por enfermedad de Hu, el 15 de abril de 1989, va a ser el detonante del levantamiento revolucionario. El día de su deceso cientos de estudiantes muestran sus respetos en las calles de Beijing (Pekín), tres días después, lanzan una petición al poder legislativo chino reclamando el fin de la corrupción y una reforma política. En sus funerales, realizados el 22 de abril, miles de obreros, intelectuales y muchos universitarios, se movilizaron para despedir sus restos. El 24, ante las falta de respuestas por parte del gobierno, comienza el boicot a las clases de los estudiantes. Como contragolpe, Deng, el hombre fuerte del régimen, publica en el órgano oficial Diario del Pueblo, un duro editorial en el cual califica a las protestas de «agitación anti-Partido y anti-socialista» y las declara ilegales.
Los estudiantes desafían la prohibición y el 27 salen masivamente a las calles. El ataque del gobierno a la protesta estudiantil despierta una enorme simpatía entre los trabajadores e incluso entre agentes de las fuerzas de seguridad, reflejando un creciente malestar, en una coyuntura en la cual se había desatado una importante inflación como producto de las reformas pro capitalistas, que deterioraba fuertemente los ingresos de la población. En un país donde las importantes diferencias de ingresos entre los trabajadores y los funcionarios a cargo de las fábricas y unidades productivas generaban mucho descontento, no convencía la explicación de la burocracia de que eran mejor unos pocos ricos al principio, que luego permitieran que la riqueza llegue a todos.
El 4 de mayo, al cumplirse setenta años de las protestas estudiantiles anti japonesas y por la modernización de China, más de 100.000 manifestantes salieron a la calle. El 13, 200 estudiantes inician una huelga de hambre en la plaza Tiananmen, logrando un fuerte impacto político que lleva al ejecutivo del PCCh a reunirse con ellos. La reunión termina sin respuesta a los reclamos estudiantiles.
El 15 de mayo, al arribar a Beijing el presidente de la ex URSS, Mijail Gorbachov, un millón salen a las calles, lo que obliga al primer ministro Li Peng a reunirse con la dirigencia estudiantil, sin mayores resultados. Días más tarde, nuevamente un millón se manifiestan en las calles, entre ellos muchos obreros y campesinos, apoyando el reclamo estudiantil.
Ante la tensa situación de una protesta cada vez más extendida, que también se estaba desarrollando con distinta fuerza en otras regiones del país, y frente a la decisión de la burocracia gobernante de no ceder ante los reclamos, el «aperturista» secretario general del PCCh, Zhao Zigiang, se dirige el 19 de mayo a la plaza para convencer a los estudiantes de que la abandonen, consciente que al día siguiente se iba a declarar la «ley marcial». Se había impuesto la política del sector de la burocracia que quería frenar la protesta a sangre y fuego, antes de que fuera tarde para evitar el triunfo de la revolución.
Se apresta la represión
El 20 de mayo, se declara la «ley marcial» y en respuesta, por tercera vez, un millón de habitantes de la ciudad capital salen a la calle desafiando la represión, bloqueando la entrada de los convoyes del ejército.
Finalmente, en las últimas horas del 3 de junio, el ejército entra a la ciudad y toma la plaza Tiananmen, que había sido abandonada por los estudiantes. En su ingreso se producen enfrentamientos entre soldados y manifestantes. Las tropas disparan a mansalva sobre los que intentan detenerlos y luego sobre las columnas que se retiraban hacia el sur de la ciudad. La represión se extiende durante las primeras horas de la madrugada del 4 de junio, tanto contra los que le oponen resistencia en las calles, como contra a aquellos que pacíficamente buscan rescatar a sus familiares.
Si bien la heroica resistencia logra detener y quemar algunos vehículos del ejército y un número indeterminado de soldados se encuentran entre las bajas totales, la fuerza desproporcionada del avance militar se impone en forma de una masacre que, la Cruz Roja china calcula en 3.000 víctimas mortales y, posteriores apreciaciones estiman en más de 10.000 muertos, decenas de miles de heridos y cientos de detenidos, en el momento de la represión y en la persecución domiciliaria ulterior.
Las características del movimiento
Los estudiantes movilizados en Tiananmen levantaban propuestas de mayores libertades democráticas, contra la corrupción de la casta de funcionarios y el régimen totalitario impuesto por el estalinista PCCh. Defendían un modelo socialista contra las enormes desigualdades que el desarrollo de la restauración capitalista estaba generando en el país. Su himno predilecto fue la «Internacional» socialista.
Su lucha penetró ampliamente en la población china. Entre los intelectuales independientes, entre los trabajadores que empezaron a organizarse por fuera de los sindicatos oficiales(1), e incluso despertó simpatías al interior de sectores de los funcionarios del partido, cuya dirigencia se encontraba dividida en torno a cómo frenar la protesta. Su levantamiento no fue un hecho aislado, sino fue parte de una inmensa ola revolucionaria que enfrentó en esos años a los regímenes estalinistas.
La burocracia de Deng rápidamente tomó conciencia del enorme enemigo que tenía enfrente y optó por cortar de cuajo al movimiento, arriesgándose a una crisis mayor. La apuesta fue acertada, ya que mientras se desplomaban los viejos regímenes, el estalinismo chino, hoy de la mano de Xi Jimping conserva, a fuerza de una dura represión, el control del gigante asiático. La derrota de Tiananmen le permitió a la burocracia china transformar una economía no capitalista, en la segunda economía capitalista del planeta por su tamaño y convertirse en una dirigencia con pretensiones imperiales.
En medio de una grave crisis económica mundial, agravada enormemente por la pandemia del Covid-19, la burocracia gran china no puede detener su expansión imperial y al servicio de esto hace un uso creciente de la fuerza. En estos días incursionó con 300.000 soldados en la frontera con la India y sancionó una ley para intervenir en la díscola Hong Kong.
El pueblo hongkonés, amenazado de ser reprimido con la excusa de la cuarentena por el coronavirus, si salía a recordar un nuevo aniversario de la Masacre de Tiananmen, como lo hace desde hace 30 años, igualmente salió a protestar y soportar la represión policial, desafiando nuevamente al «gigante» gobierno chino.
Xi reprime porque sabe que entre los miles y miles que en la isla desafían su dominación totalitaria, anida el «fantasma de Tiananmen» y tiene un miedo terrible que este fantasma se cuele entre los cientos de millones de obreros inmigrantes sin derechos, de campesinos pobres, de ciudadanos que no han sido, ni serán beneficiados, por el «crecimiento» de la potencia capitalista. El miedo de los burócratas «no es sonso» en tiempos que la juventud y los pueblos están cuestionando los pilares de imperios, que hasta ayer parecían muy sólidos.
(1) En Beijing se formó la Federación Autónoma de Trabajadores (BWAF).