No es parte del debate político en los medios centrales de masas. Se desplaza como temática “random”, marginal de la audiencia mayoritaria. Sin embargo, se trata de la orientación productiva del país, de la matriz. Ni más, ni menos. La proyección a diez años que discuten las corporaciones. En esta publicación aportamos para ayudar a entender.
Escribe: Mariano Rosa
Ya circula en el periodismo especializado como “Plan 2020-2030”. Pero su nombre técnico es “Estrategia de Reactivación Agroindustrial Exportadora, Inclusiva, Sustentable y Federal”. En un dossier de no más de 20 páginas, se desarrollan los ejes fundamentales de la propuesta:
La promesa de pasar de 65 mil millones de dólares anuales de exportación a 100 mil millones.
La “promesa” de generar 700 mil nuevos empleos (no aclara cómo, ni de dónde)
Exige definir “una política activa de corto plazo con herramientas de política institucional, de relaciones internacionales, impositivas, financieras y técnicas”. Leáse: exenciones y subsidios, devaluación, lobby internacional.
El Plan ya tiene su super-estructura institucional: es el “Consejo Agroindustrial Argentino (CAA)”, que nuclea a todas las grandes empresas de transgénicos y agrotóxicos del país. También están Coninagro, Federación Agraria y Confederaciones Rurales Argentina -CRA-. Y claro, no faltan las Bolsas de Cereales de Rosario, Buenos Aires y Córdoba. Además, la Cámara de Biocombustibles (Carbio), la Cámara de la Industria Aceitera (Ciara), el Centro de Exportadores de Cereales (CEC) y la Cámara de Puertos Privados. Este “Consejo”, también plantea coordenadas de acción:
Insta a desarrollar una ley “de desarrollo agroindustrial exportador, con estabilidad fiscal y financiera de diez años”.
Emplaza al poder político a definir en un plazo no mayor a 60 días una “devolución integral” a la propuesta e interpela a diputados y senadores, diciendo “el proyecto de ley debería ser tratado por el Congreso de la Nación en 2020”.
Es decir: la agenda de los grandes jugadores del tableros local e internacional, para más agronegocio a 10 años en el país.
Alberto marxista
Ah, ¿no sabían? Sí, el presidente es marxista. Dogmático de Marx diría. Explico. Resulta, que hace un mes más o menos, el ministro de Ambiente, Juan Cabandié tuiteó en su cuenta un largo extracto de un discurso presidencial en un encuentro por la TV Pública, con jóvenes de varias provincias. El fragmento de la exposición decía, más o menos así:
“La Argentina que tenemos que construir es una Argentina medioambientalmente sustentable, dejar de producir contaminando. Dejar de infectar el aire que respiramos, dejar de ensuciar el agua que tomamos. Esa es una oportunidad que tenemos. Eso (el ambiente), que tanto les preocupa a los jóvenes, hay que cuidarlo mucho. Esta es nuestra casa, la Argentina es nuestra casa, el mundo es nuestra casa. Y no tenemos derechos a seguir destruyendo y maltratándola como hasta ahora. Y que no me vengan con los argumentos económicos para tratar de sostener que sigamos contaminando al mundo”.
Bien, hasta acá todo correcto, todo normal. Todo muy bien. Pero, ocurrió que seis horas después de ese aleccionador y “ecologista” encuentro con jóvenes, Alberto Fernández participó de una reunión online con el Council of America, el organismo que reúne a lo más recalcitrante del establishment económico de EEUU. ¿Y qué planteó el presidente ante tan selecto auditorio?
“Tenemos para adelante muchas oportunidades para invertir en el país. Este es un país que tiene muchas riquezas, tiene riquezas en hidrocarburos, Vaca Muerta (…) La minería tiene un enorme potencial. Un mundo que luego de la pandemia seguramente reclamará alimentos tiene una enorme oportunidad en Argentina, porque Argentina es un enorme productor de alimentos y como país tenemos que comenzar a pensar cómo desarrollamos la agroindustria y como el Estado ayuda a ese desarrollo. Lo ideal sería dejar de vender alimentos para los animales que otros tienen y comenzar a alimentar a nuestros propios animales y vender nuestra carne faenada. Siento que además tenemos una enorme actividad pesquera que está absolutamente poco desarrollada y que podría ser una gran oportunidad para Argentina».
Repasemos: a la mañana, con jóvenes estudiantes, un Alberto “verde”, militante ecologista. A la tarde, con los principales capitalistas yanquis, fanático promotor del fracking, la megaminería y la depredación ictícola.
Por eso, les decía yo: el presidente es un marxista ortodoxo. Sí, de la escuela de Groucho.
Adivina adivinador
Vamos a proponer un acertijo. ¿Qué dirían que une a los gobiernos de CFK, Macri y la coalición actual? Vamos a dar pistas:
Plan Estratégico Agroalimentario (PEA): fue presentado por CFK en 2011, en Tecnópolis. Preveía metas productivas para los siguientes diez años, entre ellas instaba a aumentar un 60 por ciento la producción de granos e incorporar nuevos territorios al modelo transgénico.
Plan Argentina Exporta: fue presentado por Macri, en 2018, en el CCK. La proyección planteaba cuadruplicar las empresas dedicadas a potenciar al agro, la energía y la minería.
Plan 2020-2030: ya lo describimos más arriba. Consiste en expandir la frontera de la soja y otras variantes del agronegocio como uno de los “3 motores” de desarrollo en la pos-pandemia (junto al fracking y la megaminería).
Volvamos al acertijo, ¿está más claro? Sí, el hilo rojo que une a las gestiones de CFK-Macri y Alberto es uno y estratégico: el extractivismo, sin grietas, sin matices. Es razón de “Estado”, sin discusión. Traemos este análisis a colación ahora que levantamos como tarea del movimiento socioambiental la lucha por una Ley de Humedales sin trampas y que rechazamos el acuerdo con China para hacer de Argentina, una factoría porcina de descarte. Lo traemos ahora, porque esta orientación productiva, no es una contradicción secundaria del progresismo en disputa o la marca exclusiva de la derecha más rancia. No, digamos todo: es la concepción del capitalismo en su patrón de acumulación en América Latina. No como destino, sino como opción política.
Hablando de utopías
No hay rescate social posible, con más de esta matriz en la pos-pandemia. Y a la vez, suplantarla por otra, no es para progresismos de baja intensidad. Pero, empecemos al revés, no por las etiquetas sino por las medidas que hacen falta encarar para otro modelo de producción y consumo, para otro vector energético y para una inter-acción con la naturaleza bajo condiciones de otra racionalidad, otra lógica:
¿Cómo asegurar comida suficiente, accesible y saludable? Con producción agroecológica, sin glifosato ni transgénicos. Para esto hace falta una profunda y real reforma agraria, estatizar el comercio exterior y fijar control social de precios. Ergo, confrontar y derrotar a todos los “vicentines” del sector. Vale decir: expropiar, sí.
¿Cómo salir de la petro-dependencia? Construyendo un circuito que asegure energía para producir, de forma planificada, y como derecho social de las personas. Pero, renovables y limpias. Imposible asegurarlo sino es con propiedad colectiva y control social de todos los eslabones de esa cadena.
¿Oro o agua? ¿Cordillera o Barrick? Para asegurar agua, preservar la cordillera y detener la agresión a las comunidades, no hay dos caminos. Hay uno: prohibir la megaminería, caducar todos los contratos con las corporaciones, expropiar, exigir remediación y confiscar todos sus depósitos. Es decir: avanzar sobre la gran propiedad de la mega-minería.
Claro, se nos dice que es fácil decirlo, pero que las relaciones de fuerza, que los poderes fácticos, que la conciencia social y ble. Lo que ocurre, es que el poder político, el gobierno que hace falta es uno que despliegue voluntad de movilizar socialmente y empoderar a las mayorías populares para respaldar una confrontación que del otro lado tiene a una minoría intensa, concentrada y dueña de los principales resortes de la economía. Las relaciones de fuerza favorables se construyen “no se dan”, se militan, se activan, se promueven. La rabia es espontánea. La incertidumbre. La conciencia se construye políticamente a partir de la experiencia, claro. Bueno: hace falta militar este programa de acción, esta orientación confrontativa para un gobierno de los que trabajamos, de los que no explotamos el esfuerzo ajeno. Y entonces, vamos a ver si los poderes fácticos son imbatibles, si “la gente da o no da”. Mientras tanto, no jodan: basta de tapar con la “narrativa” de la “correlación política que no da” la cobardía. Nosotros no subestimamos a las corporaciones, ni a los poderes fácticos del capitalismo. Pero sin caer en el voluntarismo, de verdad creemos en la fuerza organizada, de la voluntad revolucionaria con el propósito de correr la frontera de lo posible, que siempre, siempre es la retórica de los que mandan.