Escribe: Gustavo Giménez
Durante esta pandemia se ha agravado un fenómeno que ya existía previamente, el refuerzo de la policía y el aparato represivo por parte de los gobiernos para utilizarlos al servicio del «control social» o directamente para enfrentar las luchas de los trabajadores y los pueblos. Desde EEUU, Colombia, Francia, Bielorrusia hasta Hong Kong, son innumerables las protestas contra la violencia represiva.
El video que muestra cómo dos policías colombianos golpeaban y electrocutaban con sus Tasers al indefenso ingeniero Javier Ordoñez recorrió el mundo. Lo vimos sometido en el suelo no paraba de suplicar: «ya, por favor, ya no más, por favor, no»… mientras los transeúntes, que filmaban el hecho, le pedían sin éxito a los agentes que cesaran con sus tormentos, recorrió el mundo. Ordoñez, acusado de haber violado el confinamiento obligatorio, murió en el hospital debido a estos primeros castigos y a la tremenda golpiza que le dieron en la cárcel a la que había sido trasladado.
La ola de protestas que se desataron en el país
latinoamericano no ha cesado. En los enfrentamientos con la policía se han quemado muchas CAI (1) y móviles policiales y se cuentan hasta ahora trece muertos por la represión desatada contra las manifestaciones. Mientras la alcaldesa «progre» de Bogotá Claudia López llama a la «paz» y el cínico gobierno de Duarte pide perdón, los manifestantes declaran que no van a cesar hasta terminar con el accionar represivo.
El asesinato del colombiano Javier Ordoñez, recordó a millones las escenas del asesinato de George Floyd y, al igual que en el caso del afroamericano, desató una ola muy fuerte de manifestaciones y protestas contra la violencia policial, cuya dinámica termina por cuestionar todo el régimen político que la sostiene, en el que la xenofobia es una parte intrínseca de su funcionamiento. Las víctimas afroamericanas de la represión policial en EEUU casi triplican a las de sus pares blancos.
El giro represivo es un fenómeno que se extiende con distintas características a todo el planeta. Basta recordar la cruenta represión de los «pacos» chilenos, que apuntaban con sus balas a los ojos y dejaron cientos de lisiados, o la brutalidad de la policía hongkonesa para imponer la «Ley de Seguridad» de Xi Jimping, los cientos de chalecos amarillos franceses heridos y detenidos o la actual represión contra el pueblo bielorruso que quiere sacarse de encima al eterno dictador Lukashenko, por solo mencionar algunos ejemplos.
El reforzamiento del aparato policial y represivo responde a la necesidad de los gobiernos tanto de enfrentar la crisis social que ocasionan sus políticas de ajuste capitalista, como es el caso del «gatillo fácil» contra la juventud y los pobres en la Argentina, que como denuncia la CORREPI (2) en sólo cuatro meses de cuarentena se ha cargado 71 víctimas mortales; como de responder a las fuertes luchas que desde antes de declararse la pandemia cruzaban distintos puntos de la geografía mundial y que ahora, con el enorme movimiento «Black Lives Matter» a la cabeza, resurgen con toda fuerza.
La tendencia al bonapartismo es producto de la polarización política
Como los análisis de nuestra LIS han señalado reiteradamente la pandemia ha agudizado una enorme crisis que ya abarcaba a todo el sistema capitalista mundial. Enormes luchas de los trabajadores y los pueblos enfrentaban a los gobiernos y regímenes capitalistas que desesperadamente pretendían responder a la caída de sus ganancias con mayores planes de ajuste, explotación y miseria, cuando la epidemia del coronavirus se extendió por todo el mundo. Ahora esas luchas están floreciendo nuevamente y estamos entrando en una situación prerrevolucionaria.
Una de las características centrales de la nueva situación mundial es que el viejo «centro», las corrientes socialdemócratas o centroizquierdistas y los viejos partidos de derecha «democrática» con los que se alternaban en el poder, no pueden ya contener las luchas, porque ellos han sido y son justamente, los que han aplicado los planes de ajuste neoliberales que enfrentan los pueblos.
Por eso la pelea se desplaza hacia los extremos. A las enormes movilizaciones de la población norteamericana contra la xenofobia, el racismo y la represión, Trump le contrapone «la ley y el orden», o sea, el envío de tropas federales para apaciguar las protestas y el aliento al surgimiento de bandas de ultra derecha. Su gran amigo Bolsonaro mete al ejército en el gobierno, ampara las bandas parapoliciales que mataron a la concejal trotskista de Río de Janeiro Marielle Franco, y su represión tiene como blanco privilegiado a la población negra y pobre de Brasil.
Las distintas formaciones neo estalinistas, como el castro-madurismo, o los que gobiernan China o Rusia, intentan un discurso populista seudo antiimperialista, que contrasta con las políticas ajustadoras de sus pueblos, y son sostenes fundamentales de los regímenes bonapartistas, de dictaduras cada vez más cuestionadas por las masas.
En América Latina, el surgimiento de rasgos totalitarios y represivos no es patrimonio de aquellos gobiernos que levantan ideologías de derecha, se da también entre aquellos que se autotitulan como progres, populares y hasta «socialistas». Allí están los gobiernos de Ortega-Murillo y su masacre y represión contra el pueblo nicaragüense que se levantó en abril de 2018 contra su dictadura. Por no hablar de la represión de Maduro a los trabajadores venezolanos que cuestionan legítimamente sus planes de miseria y privilegios para los amigos del gobierno, o del mega plan de seguridad para la provincia de Buenos Aires, que Fernández, con Kicillof y Berni anunciaban con bombos y platillos en los días previos al alzamiento policial.
Los pueblos no se amilanan y enfrentan a la represión
A toda acción corresponde una reacción y la agudización de la lucha de clases a nivel mundial, la profundización de la pelea entre la revolución y la contrarrevolución, es lo que está fortaleciendo los extremos del arco político. El reforzamiento del aparato represivo es producto de esta pelea. Contra lo que pueden pensar muchos no es producto de la fortaleza de los regímenes burgueses. Al contrario, demuestra una importante debilidad de los gobiernos, partidos e instituciones que defienden el sistema capitalista, que ya no pueden frenar a los pueblos con sus falsas promesas y mentiras.
No serán los burgueses imperialistas demócratas como Biden o su vice Kamala Harris, que no tiene nada de ultraizquierdista como dice Trump, sino que asumió como fiscal gracias a acuerdos con el sindicato policial de derecha y tiene gran consenso entre los ejecutivos de las empresas tecnológicas, los que enfrenten los giros represivos, todo lo contrario, los dejarán correr con un discurso tramposo.
Son los pueblos movilizados, con la juventud a la vanguardia, los que están mostrando cómo la represión pierde terreno ante la movilización y la lucha. Allí están los jóvenes palestinos que no dejan de pelear pese a los ataques del monstruo sionista, los libaneses contra el gobierno sectario y corrupto, los chilenos, los franceses, los hongkoneses. En estos días, los que encabezan las luchas contra el racismo en EEUU y la juventud colombiana. Contra los derrotistas que ven la noche negra del fascismo a la vuelta de la esquina, los pueblos están mostrando ¡que hay, que sobra disposición para pelear y ganar!
Se revaloriza así el rol de las tareas y consignas democráticas en la pelea contra los gobiernos y regímenes capitalistas. La movilización en unidad de acción con todos los que acepten pelear por el desmantelamiento de estos aparatos represivos, por el juicio y castigo a los responsables de las represiones contra el pueblo, así como las tareas de autodefensa para enfrentarlos y derrotarlos tienen un rol fundamental en la pelea en curso.
Esta pelea revolucionaria de los trabajadores y los pueblos contra el régimen capitalista es la que puede derrotar la presente tendencia hacia el bonapartismo y en ese camino está planteado construir una herramienta revolucionaria que pelee por una sociedad realmente democrática, una democracia de los trabajadores y los pueblos, una democracia socialista.