Escribe: Lic. Paula Baruja, Hospital Interzonal Eva Perón
La lucha de la enfermería por el reconocimiento profesional y laboral no es para nada una novedad. En 1994, luego de dos décadas de luchas, se logra separar a los profesionales del cuidado de la subordinación y dependencia legal de la medicina. Se inició un largo camino en reclamo del reconocimiento profesional y laboral. Lo que de hecho debió suceder naturalmente como consecuencia de la promulgación de la Ley 24.004, no ocurrió.
La consideración de los enfermeros como profesionales de la salud, con derechos, obligaciones y posibilidades de progresión profesional y toma de decisiones, se inició activamente en la provincia de Buenos Aires en el año 2006. Fue una conquista cualitativa, producto de una larga lucha: la inclusión de los licenciados en enfermería en la carrera hospitalaria, en la ley de profesionales 10.471. Se concretó luego de intensas protestas y medidas de lucha encabezadas por la CICOP, que fueron apoyadas por la totalidad de los profesionales de la salud.
Asimismo, la pelea del equipo de salud se apuntó otra conquista, aunque de aplicación desigual en los distintos establecimientos bonaerenses: la posibilidad de estudio en horario de trabajo para obtener la licenciatura.
Pese a estos avances fundamentales, la enfermería de conjunto no logra la consideración igualitaria para terminar con la tradicional estructura verticalista. Tanto en derechos como en accesibilidad a cargos de toma de decisión dentro de la estructura de salud.
El persistente incremento en el déficit de recurso humano enfermero fue una excusa utilizada para priorizar la producción de cuidado, me refiero a producción porque la calidad atencional no pareció ser la prioridad del sistema, sino la cuantificación del mismo.
Entonces, los enfermeros profesionales que fueron obteniendo el grado académico, vieron limitado el ingreso a carrera por dos principales razones: la no habilitación de vacantes por parte de los sucesivos gobiernos, la pérdida de antigüedad en el caso que sucediera, como la antinomia de concursar el cargo operativo en función.
Esta característica de gestión expulsiva y verticalista a ultranza es funcional a las políticas de ajuste y la necesidad de la urgencia y la productividad. Las posibilidades de progreso económico y profesional son solo para determinados grupos (que cumplen con las características de sumisión culturalmente aceptada y replicada desde la formación), con una diversidad de violencias ejercidas de manera transversal y múltiples expresiones. Ello aleja y desanima a los nuevos ingresantes.
Estudiar, capacitarse, conducir, tomar decisiones, liderar un servicio y otras funciones delimitadas por ley para los licenciados en enfermería son solo factibles para los grupos selectos, donde la confraternidad y el amiguismo con el poder suplanta a la capacidad profesional. El otorgamiento de permisos para capacitación, asistencia a congresos, rendir examen, ser jurado en mesas de exámenes, participación en ponencias, no se realiza y de hecho lo ocultan y niegan como derecho. Si querés tomar un examen, si querés dar un examen, si disertas en un congreso, tenés ausente, paga la guardia o tenés sobrecargo de tarea para «devolver» el favor de la autorización.
La perversidad del sistema y del poder que ejerce sobre enfermería es sentido hasta corporalmente, el deterioro físico funcional de la tarea sobre exigida (en los hospitales, la tarea que deberían de realizar 7 u 8 enfermeros , la llevan a cabo 1 o 2), la necesidad de tener múltiples empleos para compensar los sueldos por debajo de la línea de pobreza, las presiones de control sobre las acciones (la persecución a profesionales enfermeros que reclaman o conocen sus derechos), la percepción de progreso nulo, la inexistencia de espacios de formación profesional, la no representatividad sindical («…ese tema de enfermería es un quilombo»), el hostigamiento y las constantes reprimendas (relevar cargos, negar accesos a concursos, ocultar información para capacitaciones gratuitas, sobrecargo de guardias, transferencias internas de turno y sector sin consentimiento del empleado, la descalificación verbal, etc.) son acciones comunes.
La situación actual hizo que estas acciones naturalizadas y comprendidas como parte del folklore hospitalario fueran visibilizadas por el colectivo enfermero, la pandemia arrasó con la venda en los ojos y con la mordaza con la que nos habíamos acostumbrado a trabajar. ¿Por qué ahora? Porque ahora ya hemos perdido a nuestros amigos y colegas, porque nos hemos enfermado, porque vimos desgranarse lo poco que quedaba, ahora que nos tocó preparar los cadáveres de nuestros enfermeros, empezamos a mirarnos, a reconocernos. Ahora, que nos dimos cuenta a costa de sudor, heridas en el rostro, manos quemadas; ahora que supimos lo que es ahogarse debajo de un EPP que compramos nosotras mismas, desesperarse y seguir, ahora que tomamos cuenta de la cantidad de horas que pasamos con los pacientes, que somos su voz, sus manos, su alimento, su alegría y su fe.
Ahora que nos vimos al espejo, ahora que ya nos aplaudieron, nos olvidaron, fuimos tapa de revista y nos masacraron a golpes como delincuentes, que la recomposición salarial no llega y los nombramientos tampoco… ahora que pudimos estar de pie cuando muchos replegaban, cuando las comorbilidades fueron consideradas para otros menos para el equipo de salud, que otros se organizaron en cohortes y a nosotros nos sobrecargaron y los hijos de unos importaron más que los nuestros, ahora que tanta patada nos puso de pie! ¡Ahora, estamos preparadas para la lucha!