El 3 de octubre el Papa Francisco, o sea Jorge Bergoglio, dio a conocer su nueva encíclica: «Fratelli tutti» (todos hermanos, en italiano). Lo que propone y nuestra crítica.
Escribe: Pablo Vasco
La palabra encíclica viene del latín y el griego, y significa envolver en círculo. Así llamaba la antigua Iglesia cristiana a las cartas circulares que enviaba a las iglesias de una zona con directivas sobre doctrina, catequesis o actividad pastoral. Una bajada de línea para ordenar a todos sus cuadros obispos y curas para actuar con una misma política hacia los fieles y la sociedad.
Las encíclicas se dictan cada uno o dos años y, después de la constitución apostólica, son el principal documento que emite el Papa. Y el Papa es el líder mundial de la Iglesia Católica Apostólica Romana y a la vez el jefe político del Vaticano, un Estado teocrático que integra la ONU como observador permanente y con derecho a voz. Con sus encíclicas, el Papa busca incidir en la realidad internacional.
Cómo, a quiénes y para qué habla
El Papa tituló esta encíclica Todos hermanos(1) citando a San Francisco, cuyo nombre adoptó al asumir su papado. Reafirma así su habitual apología de la pobreza y, mientras camina entre el oro del Vaticano, nos recuerda que su santo «caminó cerca de los pobres, los abandonados, los enfermos, los descartados, los últimos». Además, desea que su carta «se abra al diálogo con todas las personas de buena voluntad».
Tras señalar que «la pandemia de Covid-19 dejó al descubierto nuestras falsas seguridades», Bergoglio vincula dos conceptos: la fraternidad universal entre todos los países y la amistad social entre todas las personas: «Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos»(2). Por estos ejes ruedan las 123 páginas de su nueva encíclica, en una tierra que no «nos cobija a todos» sino en donde unos pocos viven en un lujo insultante mientras arrojan a millones y millones a la intemperie.
Ocultar al enemigo es favorecerlo
En el primer capítulo, el Papa reseña «algunas tendencias del mundo actual» opuestas a su plan de fraternidad: los «nacionalismos cerrados», los «poderes económicos que necesitan un rédito rápido», la cultura «del descarte -como los no nacidos», el racismo, las guerras, la xenofobia, los fanatismos, etc. En un revoltijo de obviedades, pone a un mismo nivel de maldad a las guerras y al derecho al aborto. Y en plena pandemia, reivindica por igual como esenciales desde el personal de salud y los empleados de supermercados hasta los policías, curas y monjas. Claro, para él somos todos hermanos…
Después evoca la parábola del buen samaritano, que halla en su camino a un extraño que fue asaltado, herido y luego abandonado por otros, a quien en cambio él da protección. Por eso nos propone trascender las fronteras, promover el amor universal, el bien moral, la función social de la propiedad y un corazón abierto al mundo entero…
Por cierto, está muy bien ofrecer solidaridad a quien la necesita. Pero el mensaje del Papa tiene otro fin: somos una misma humanidad, todos iguales, no hay divisiones y por eso la gran solución es el amor universal. Es falso. En la sociedad hay explotadores y explotades, opresores y oprimides. Su llamado al amor al prójimo intenta ocultar a nuestros enemigos para que no los enfrentemos.
Media verdad, mentira completa
En el capítulo 5, el Papa cuestiona a la izquierda y al neoliberalismo. Primero nos dice que «el amor al prójimo es realista y no desperdicia nada que sea necesario para una transformación de la historia que beneficie a los últimos. De otro modo, a veces se tienen ideologías de izquierda o pensamientos sociales, junto con hábitos individualistas y procedimientos ineficaces que sólo llegan a unos pocos»(3). O sea, para Bergoglio la izquierda no sería realista sino ineficaz ya que no beneficia a los últimos sino sólo a unos pocos…
Luego, critica al neoliberalismo: «El mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal… El neoliberalismo se reproduce a sí mismo sin más, acudiendo al mágico ‘derrame’ o ‘goteo’ -sin nombrarlo- como único camino para resolver los problemas sociales. No se advierte que el supuesto derrame no resuelve la inequidad… ‘promover una economía que favorezca la diversidad productiva y la creatividad empresarial’ para acrecentar los puestos de trabajo en lugar de reducirlos. La especulación financiera con la ganancia fácil como fin fundamental sigue causando estragos… La fragilidad de los sistemas mundiales frente a las pandemias ha evidenciado que no todo se resuelve con la libertad de mercado»(4).
Puede sonar bien, pero aquí su media verdad se vuelve una mentira completa. Porque quien no derrama nada salvo más pobreza; quien no resuelve la inequidad social sino que la agrava; quien usa la creatividad sólo para despedir por miles y quien alienta la especulación, no es tal o cual empresario o político malo, neoliberal, sino el capitalismo entero. En todo el mundo y gobierne quien gobierne, no existe ni existirá ningún capitalismo bueno, ni humano, ni verde ni donde ganemos todos.
Que al Papa lo critiquen alas de la Iglesia aún más retrógradas o que la derecha macrista lo acuse de peronista no nos debe confundir sobre su rol: es un firme defensor del sistema capitalista imperialista y, por ende, de la explotación y toda la gama de opresiones.
No al verso de la «paz social»
Para ser todos hermanos, lograr la fraternidad universal de todos los países y la amistad social de todas las personas, lógicamente el Papa propone diálogo, consenso, artesanía de la paz, caminos de reencuentro y paz social. No propone olvido porque sería muy burdo, pero sí reconciliación. Y por eso también dice que «las manifestaciones públicas violentas, de un lado o de otro, no ayudan a encontrar caminos de salida»(5).
Pero es un vendedor de humo. La vida real es al revés. Como enseña toda la historia, sólo la movilización obrera y popular logra conquistas y derechos. Y en este mundo, más aún con la pandemia, las grandes potencias y corporaciones tratan de saquearnos cada vez más a los países dependientes, y los capitalistas se juegan a imponernos ajustes cada vez más duros para que su crisis la paguemos la clase trabajadora y el pueblo. No hay reconciliación posible porque tenemos intereses opuestos: o ganan ellos, poderosos pero minoría, o ganamos nosotres, la enorme mayoría trabajadora y popular.
La propuesta del Papa es la vieja trampa de la conciliación de clases, que también difunden los gobiernos capitalistas y sus cómplices de la burocracia sindical, los grandes medios y las cúpulas religiosas, trampa que sólo le sirve a la clase dominante.
Sin socialismo no hay solución
Las y los socialistas, aunque no compartimos las creencias religiosas porque defendemos la ciencia y el ateísmo, las respetamos. Pero así como bregamos por separar la Iglesia y el Estado, y por anular todo subsidio a ésta y a los colegios religiosos, denunciamos la injerencia política del Papa. Y si este dinosaurio antiderechos y pro-capitalista viene al país el año que viene, convocaremos a boicotearlo.
Junto con eso enfrentamos sin tregua al capitalismo, acá y en todo el mundo. Luchamos por una sociedad libre de explotación y opresión; una sociedad sin división de clases, igualitaria, socialista. Recién entonces podrá haber una verdadera fraternidad y sororidad universal y amistad social; recién entonces podremos ser todas, todes y todos hermanos.
1 Como era esperable de una institución que es patriarcal por naturaleza, salvo una mención a los «idénticos derechos» de hombres y mujeres todo el texto está en masculino: todos hermanos, todos los hombres, fraternidad, etc.
2 Pág. 5.
3 Capítulo 5. La mejor política, Valores y límites de las visiones liberales, párrafo 165, p. 68.
4 Ídem, párrafo 168, p. 69.
5 Pág. 97.