Con la mira en las elecciones. En las últimas semanas los medios dan cuenta del comienzo de los debates en torno a las elecciones del año que viene. Parece mentira que en pleno pico de la crisis económica, social y sanitaria estén preocupados por las encuestas y la campaña. Sin embargo, los trascendidos sirven para analizar las estrategias de los diferentes sectores. En el caso de la derecha está más que claro: seguir horadando al gobierno con banderazos y otras acciones para mostrarse como alternativa y, al mismo tiempo seguir presionando para obtener nuevas concesiones. Se envalentonan con algunas encuestas poco creíbles y sobre todo con un gobierno que termina accediendo a sus reclamos. Para el pueblo trabajador ese camino no es salida, significa más ajuste y represión.
Una estrategia a tres puntas. Es la expresión de deseos del Frente de Todos: hacerse rápidamente de la vacuna contra el Covid-19, mostrar algún repunte de la situación económica y mantener la unidad de la alianza gobernante. No parece una tarea sencilla. La crisis sanitaria está lejos de controlarse, producto de la apertura indiscriminada para beneficio de las patronales y la falta de un verdadero plan de fortalecimiento de la salud pública. La apuesta a los acuerdos para hacerse rápidamente de la vacuna es sólo eso, una apuesta. Y en el medio están los aumentos de contagios y fallecidos que ya nos ubican en los primeros puestos del ranking. Una recuperación económica tampoco parece probable en el marco de una crisis mundial histórica y la contracción de los mercados.
Grietas al interior. El vergonzoso voto sobre Venezuela produjo un sismo dentro del FDT y aunque no hay fracturas por el momento, el desencanto por abajo en franjas importantes de su militancia y votantes crece. Los rumores sobre un cambio de gabinete no sólo expresan el fracaso del gobierno en responder a la crisis, sino los cuestionamientos que crecen por abajo. Alberto Fernández insiste en mantener el tono dialoguista, que en los hechos significa seguir cediendo a las presiones del establishment. La disparada incontrolable del dólar basta como muestra. Las medidas del gobierno no dan resultado y aparece desorientado. Por un lado, el intento desesperado de aumentar las divisas lo lleva a agudizar lo peor del modelo extractivo como muestran los incendios, la aprobación del trigo transgénico, la nueva ofensiva megaminera en Chubut y los acuerdos con China para transformarnos en factoría porcina.Y por otro, las concesiones del gobierno a las patronales agrarias, lejos de calmar las aguas las envalentonan aún más para forzar una devaluación. No puede ser de otra manera, intentar convencer al poder económico de «aportar al bien común» es una quimera. No hay más que dos alternativas. Favorecer a las patronales ajustando al pueblo trabajador, o ajustar a las patronales para solucionar las necesidades populares. Es la muestra palpable de la utopía que significa el capitalismo humano que defiende el presidente, no hay humanidad en la clase capitalista, su lógica sólo se rige por la ganancia.
Una caldera social. El desastre social que reflejan los índices dados a conocer por el INDEC está aumentando la presión de una olla a punto de estallar. Lo de Guernica es sólo una muestra, la situación es desesperante en amplios sectores de pueblo trabajador. Si no hay todavía un escenario generalizado de luchas no es por expectativas en el gobierno sino por la pandemia y el rol traidor de la burocracia sindical, cómplice de los despidos, suspensiones y rebajas salariales. Después de meses sin hacer nada prepara un acto virtual no para defender los intereses de la clase trabajadora sino para apoyar al gobierno. Sin embargo las luchas existen y se van extendiendo. A la vanguardia están las enfermeras y enfermeros que, en algunos casos, desbordan a sus propias direcciones. Es un proceso que puede extenderse y que desde la izquierda tenemos que apoyar y alentar.
Las contradicciones que se van acumulando colocan la perspectiva de un estallido social. No significa que vaya a producirse de cualquier manera, pero es una posibilidad que está planteada y por eso todas las direcciones, políticas, sindicales y empresariales actúan para evitarlo. La nueva convocatoria al pacto social tiene ese objetivo. Claro que su manera de evitarlo no es respondiendo a las urgentes demandas obreras y populares si no fortaleciendo un acuerdo que garantice la unidad para ajustar y reprimir a quienes resistan. Ese es el sentido de los guiños permanentes hacia las fuerzas represivas y el documento aparecido el fin de semana con la firma de todos los gobernadores.
Un programa alternativo obrero y popular. La salida a la crisis sólo puede venir por un camino distinto al que lleva adelante el gobierno y -por supuesto- opuesto al de la derecha reaccionaria. En lugar de seguir cediendo espacio a las patronales, es preciso tomar medidas de fondo. La falta de dólares no se soluciona bajando las retenciones sino nacionalizando el comercio exterior para que la comercialización de granos esté en manos del Estado. No va a frenarse la fuga de capitales si no se nacionaliza la banca y se deja de pagar la estafa de la deuda externa. No habrá control de la pandemia sin unificar el sistema de salud, invertir en insumos y personal y terminar con la precarización laboral. No bajarán los índices de pobreza sin aumento de salarios, jubilaciones y programas sociales. Sin prohibir despidos y suspensiones bajo pena de multas severas o la estatización de las empresas que incumplan no mejorarán los índices de empleo. Y sin una reforma tributaria donde paguen más quienes más tienen no habrá recursos para impulsar un verdadero plan de obras públicas que genere puestos de trabajos y solucione la demanda habitacional de millones. Estas medidas, como parte de un plan económico al servicio de las necesidades obreras y populares, no sólo son necesarias, son urgentes.
La salida es con la izquierda. Un programa así sólo es levantado por la izquierda. Pero son miles los que van llegando a la conclusión de que por el camino elegido por el gobierno no hay salida. Por supuesto, mientras la alternativa sean Bullrich, Larreta o Milei difícilmente se pueda romper el «síndrome del mal menor». Por eso el Frente de Izquierda Unidad tiene una enorme responsabilidad, pelear por ser un polo de referencia con peso en la realidad para romper la falsa polarización entre el FDT y la derecha. En ese sentido desde el MST venimos proponiendo que el FIT-U se ponga a la cabeza de impulsar acciones que unifiquen a todos los sectores en lucha para postular una salida a la crisis como la que señalamos anteriormente. Al mismo tiempo proponemos abrir un debate para ver la mejor manera de que cientos de activistas de la clase trabajadora, ambientales, feministas y jóvenes que se desencantan con el FDT puedan sumarse al Frente de Izquierda Unidad. Para eso es necesario superar el estadío de frente electoral, por ejemplo, avanzando en conformar un partido o movimiento político unitario con libertad de tendencias a su interior. que permita debatir los matices y diferencias que existen en el marco de una actuación común en la realidad.