Pasaron más de cuatro décadas del golpe militar genocida de 1976 y, sin embargo, miles y miles, entre ellos muchos jóvenes, siguen movilizándose en nuestro país todos los 24 de marzo. Es muy útil entonces, repasar lo sucedido en este importante capítulo de nuestra historia reciente, para explicar unas cuantas cosas del presente.
Escribe: Gustavo Giménez
Las excusas de los militares de aquellos años señalaban que el golpe militar era una necesidad para poder derrotar a la subversión armada y ordenar el rumbo del país que el desastre del gobierno de Isabel ya no podía encaminar.
Lo cierto es que cuando los militares tomaron el poder, ese fatídico 24 de marzo, la guerrilla estaba derrotada en el terreno militar. El Operativo Independencia, desarrollado por el gobierno de Isabelita, había aplastado al aparato guerrillero en Tucumán y el debilitado PRT/ERP había sufrido un golpe decisivo al fracasar su copamiento al cuartel de Monte Chingolo.
Había otra «subversión» a la que la burguesía argentina y los militares le temían más. Por eso hablaban de la «guerrilla fabril». Eran las luchas de la clase trabajadora argentina, que con altos y bajos no habían cesado desde el Cordobazo en 1969. Al calor de ellas surgía una nueva vanguardia que no respondía a las órdenes de la burocracia sindical cegetista, sino que se referenciaba en la izquierda peronista y en partidos de la izquierda clasista, entre ellos nuestro antecesor, el PST.
El imperialismo necesitaba transformar de raíz el modelo económico argentino. Siguiendo las tendencias de la economía mundial capitalista que marcaban el comienzo del fin del «estado de bienestar» en los países centrales, era fundamental aplicar una nueva receta liberal, que bajara sustancialmente los salarios, disminuyera el «gasto social» del Estado, y cambiara una economía semicerrada, que con una importante y «poco competitiva» industria de sustitución de importaciones impedía el ingreso de las mercancías de las metrópolis.
Tenían que abrir la economía del país, fomentando un modelo agro exportador de productos primarios y permitiendo la entrada, casi sin contrales, de los capitales especulativos, para extraer mayores cuotas de plusvalía como el imperialismo y las trasnacionales exigían.
Al servicio de esa tarea tomaron el poder los militares. El gobierno peronista había fracasado en frenar las luchas y pese a la creación de las asesinas bandas de la Triple A, o a golpes importantes como el que le propinó a la lucha de Villa Constitución, no pudo impedir que estallara el movimiento obrero cuando el ministro Rodrigo, en junio de 1975, pretendió bajarle el sueldo a la mitad. Cayó Rodrigo, el «brujo» López Rega, todo el gabinete. El gobierno de Isabel entró en tiempo de descuento y la burguesía empezó a preparar el recambio.
El golpe contó entonces con sólidos apoyos burgueses, empezando por el Secretario de Estado yanqui, Henry Kissinger, y los sectores más ligados al imperialismo, la Sociedad Rural y los agroexportadores, los sectores financieros y las industrias multinacionales, entre otros. Lo dejaron correr desde los principales dirigentes de la UCR, muchos dirigentes del PJ y la primera línea de la CGT. La curia eclesiástica tampoco faltó a la cita.
La decadencia y el desgaste del gobierno peronista fue también creando un apoyo social en una parte importante de la clase media, ganada por el discurso del «orden» y la «paz social» con que asumieron los militares.
Las características del golpe
A la madrugada del 24 es detenida la presidenta Isabel Martínez de Perón y desde ese momento los militares lanzan proclamas por las cuales se prorroga el estado de sitio, se suspende la Constitución Nacional, se elimina el parlamento, el Poder Ejecutivo electo, se ponen los jueces en comisión, se proscribe a distintas organizaciones de izquierda, entre ellas al PST, se suspende el accionar del resto de los partidos políticos, de los sindicatos, se suspende el derecho a huelga, y se amenaza de muerte a toda persona que impida el accionar de las fuerzas armadas o policiales contra la subversión.
Todo esto con un fuerte despliegue «operacional» de las fuerzas militares y policiales, que produjeron cientos de detenciones en pocas horas, de varios dirigentes políticos y también de activistas obreros en las puertas de las fábricas. Esos fueron sus primeras medidas, pero no se conocía aún el plan genocida que los militares iban a desplegar.
La ferocidad del «Proceso de Reorganización Nacional», de la Junta Militar encabezada por Videla por el ejército, Massera por la marina y Agosti por la aeronáutica y de las Juntas que le sucedieron después, fue un hecho nuevo en la historia del país.
Necesitaban derrotar con métodos de guerra civil a la vanguardia de los trabajadores y sectores populares que intentaran oponérseles. Por ello, el método de la desaparición forzada, los 30.000 desaparecidos y los más de 600 campos de concentración a lo largo y ancho del país, la tortura sistemática de los detenidos, los fusilados «en ocasión de fuga» sin derecho a juicio ni defensa, los vuelos de la muerte y los cuerpos arrojados vivos desde esos aviones al Rio de la Plata, o los miles de compañeros que pasaron por las cárceles a disposición del PEN (Poder Ejecutivo Nacional), el millón y medio de exiliados, los niños apropiados, los robos a las casas y pertenencias de los desaparecidos. En definitiva, el terror, el horror, al servicio de quebrar la resistencia de la clase obrera, del pueblo y todos los que aspiran a defender sus derechos.
Pero el plan diseñado por el ministro de Economía, el liberal José Alfredo Martínez de Hoz, iba por más: «En la política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada. En un año han reducido ustedes el salario real de los trabajadores al 40%, disminuido su participación en el ingreso nacional al 30%, elevado de 6 a 18 horas la jornada de labor que necesita un obrero para pagar la canasta familiar, resucitando así formas de trabajo forzado que no persisten ni en los últimos reductos coloniales. Congelando salarios a culatazos mientras los precios suben en las puntas de las bayonetas, (…), elevando la desocupación al récord del 9% prometiendo aumentarla con 300.000 nuevos despidos, han retrotraído las relaciones de producción a los comienzos de la era industrial…» (carta de Rodolfo Walsh a la dictadura militar).
El desgaste de Videla y el comienzo de la resistencia
Al principio, la existencia de un dólar subvaluado, que favorecía las importaciones, con el que los grandes empresarios y especuladores ganaron fortunas con la especulación financiera, permitió a un sector de la clase media viajar al exterior e ingresar productos suntuarios en cantidad, en lo que se llamó la época de la «plata dulce». Pero poco a poco, las consecuencias de este plan de saqueo se hicieron sentir colapsando la economía. Esto provocó la renuncia de Martínez de Hoz y el traspaso del gobierno de la Junta presidida por Videla al general Viola en 1981.
Las consecuencias de este desfalco y endeudamiento externo fue que la deuda creció de los 7.800 millones de dólares que dejó Isabelita a 45.000 millones al final de la dictadura. Una parte importante de esta deuda pública fue deuda empresaria privada por 17.000 millones de dólares, que Domingo Cavallo estatizó para beneficio de unas pocas grandes empresas, entre ellas las del grupo Macri, Alpargatas, Banco Francés, Bco. Galicia, Bunge y Born, Grafa, Molinos, Loma Negra, Pérez Companc, Ledesma, Acindar, etc.
Ya en 1977 empiezan a producirse una serie de conflictos obreros y aparecen las Madres de Plaza de Mayo dando vueltas a la plaza todos los jueves. En el marco de una extendida resistencia de los trabajadores, que, si bien no realizan acciones de huelga, realizan lo que se llamó trabajo a desgano, o quites de colaboración, muy extendidos. Una forma defensiva de pelear. El 27 de abril de 1979 se realiza el primer intento de paro general llamado por «los 25», en el que los militantes del PST participamos activamente.
El general Viola y su Junta de no pudieron sostenerse. Aunque intentó algunas «moderadas» correcciones al plan anterior, tomando medidas para achicar la fuga de divisas y favorecer a los exportadores, no pudo contener la deuda externa que creció en poco tiempo un 31% y se produjo una fuerte recesión que achicó el PBI un 9% por dos años consecutivos.
Un golpe interno para saldar esta situación llevó a Galtieri y una nueva junta militar al gobierno. Sumado al deterioro económico, la dictadura atravesaba por un importante rechazo social y político. Esto se expresó con claridad en el paro general con movilización llamado por la CGT para el 30 de marzo de 1982.
La Guerra de Malvinas
El desgaste del gobierno militar, lleva a Galtieri y a los comandantes a realizar una acción desesperada. Especulando que las excelentes relaciones que tenían con el imperialismo yanqui podían servir para una eventual negociación, la Junta ocupa el territorio de las Islas Malvinas, desplazando luego de un breve combate a la administración y pequeña guarnición británica.
El tiro le sale por la culata. Por un lado, se desata una ola de entusiasmo anti imperialista de nuestro pueblo ante la recuperación de las islas y por el otro, se obtiene como respuesta del imperio británico, con todo el apoyo yanqui, el despliegue de una flota de invasión dispuesta a recuperar el enclave colonial a cualquier costo.
Los comandantes no querían esa guerra, y a su vez no pudieron zafar de ella. No hicieron nada por ganarla y mandaron a morir a cientos de soldaditos muy jóvenes. La derrota, luego de semejante traición, marcó su final, ya que una inmensa movilización de protesta exigiendo su renuncia llenó las calles de Buenos Aires y otros puntos del país.
Cayó Galtieri, se disolvió la Junta, la crisis militar fue tan grande que en pocos días hubo cinco presidentes. Hasta que, con la colaboración inestimable del PJ, la UCR, la burocracia sindical y la Iglesia, entre otros, se le proporcionó un paracaídas al presidente de la última Junta Militar, Reynaldo Bignone, para preparar una salida electoral acordada…
No era para menos, el final de la dictadura lo provocó una gran revolución democrática de nuestro pueblo, que terminó con el régimen militar, sumió a las FFAA en un gran desprestigio, que las liquidó como factor de poder y eventual recambio en las profundas crisis que como la del 2001, sacudieron nuestro país. Una crisis que dura hasta nuestros días y que ningún gobierno capitalista ha podido resolver…