La pandemia no cede. El riesgo cierto de colapso delos sistemas acecha y solo podría evitarse con la vacunación rápida del 70% o más de la población mundial. Su insuficiencia se combina con una escandalosa desigualdad en la producción, distribución y la propia vacunación. Las medidas que venimos reclamando desde la izquierda son de urgente necesidad.
Escribe: Gerardo Uceda
Se han reavivado el debate y las iniciativas a nivel internacional de proponer la liberación de patentes sobre las vacunas para Covid-19. Esa presión hizo que Biden, un defensor del capitalismo imperialista, haya tenido que pronunciarse a su favor. Por supuesto que no pasó de declaraciones y no dio un solo paso concreto en la OMC. Se necesita avanzar rápidamente en la expropiación de las patentes y en la transferencia de tecnología e inversiones, para lograr una producción masiva de vacunas que garantice la vacunación rápida, eficaz e igualitaria de los miles de millones de habitantes del planeta.
Con más de 158 millones de infectados y de 3 millones de muertes, resulta claro que la pandemia no cede después de un año y medio como se esperaba. La economía capitalista ya en crisis previa, se hundió con la crisis sanitaria por la Covid-19 y no logra la ansiada recuperación mundial. Aunque, como siempre, esta doble crisis llevó a que los más ricos del mundo hayan acumulado miles de millones de dólares, de nuevas ganancias extraordinarias, mientras cientos de millones de seres humanos son arrastrados a la pobreza y miseria el capitalismo sabe que esto tiene patas cortas. A como dé lugar, la economía tendría que retomar un ritmo de crecimiento más uniforme y sostenido, si se quiere salir de este profundo pozo en el que se cayó en 2020.
Al no haber medicación antiviral efectiva aún; con nuevas cepas mutantes más contagiosas y virulentas y; con cada vez mayor ocupación de camas críticas, la pandemia está requiriendo de recursos económicos para atenderla que el capitalismo en decadencia no quiere ni puede darse el lujo de sostener. Por eso mismo, sentó sus esperanzas en que el rápido desarrollo de vacunas que se consiguió pudiera controlar la evolución de los contagios y las muertes de manera rápida. Sin embargo, no es esto lo que está sucediendo en el mundo y la carencia absoluta de vacunas en la mayoría de los países no sólo perpetúa la pandemia sino que, abre las puertas a nuevas cepas, mutaciones e incluso a la posibilidad de que las vacunas de hoy no sirvan para las infecciones de mañana y, a la necesidad de buscar nuevas vacunas.
La cantidad de contagiados, muertes y la saturación de los sistemas de salud representan una enorme presión para escalar la producción. Así, poder vacunar a una importante proporción de la población mundial. Esta presión que ejercen los pueblos, los equipos de salud y hasta presidentes de países periféricos se traduce desde hace meses en iniciativas como las de Médicos Sin Fronteras (MSF) y más de 100 países que promueven la suspensión de las patentes, que protegen la producción de vacunas por tan sólo 9 ó 10 laboratorios en la actualidad. La respuesta de Biden en el mismo sentido, ahora secundado por Macron y Putin, obedece a esta misma presión mundial. Una maniobra defensiva para evitar una escalada de conflictos sociales que cuestione su liderazgo mundial.
La coyuntura sanitaria
La evolución de los contagios es más que preocupante, distinto a lo sucedido con las epidemias de coronavirus previas, como el SARS CoV1 y el MERS, que fue disminuyendo de intensidad y las mutaciones sufridas por los virus fueron cada vez menos virulentas y contagiosas, con la actual sucede lo contrario. Esta posibilidad ya era conocida por los científicos, pero el capitalismo en su afán de perseguir solo la ganancia, y si es rápida mejor, dejó sin financiamiento a los laboratorios que investigaban a este virus. De haber continuado con esas investigaciones de hace más de 10 años, hoy enfrentaríamos la pandemia con mayores certezas y las vacunas hubieran estado disponibles desde el comienzo.
En lugar de eso, hoy contamos con más de 158 millones de infectados, 3 millones de fallecidos y millones que quedan con secuelas, cuya gravedad y características a futuro aún son inciertas. Su evolución por brotes u oleadas ha ido tomando diferentes países y continentes, comenzando en China. Luego, su epicentro fueron los países de Europa donde produjo una catástrofe de muertes, para luego trasladarse a América, con EEUU y Brasil a la cabeza. Aun cuando la India soporta el embate más fuerte en contagios de esta nueva ola, América con 133 millones de infectados sigue a la cabeza. Y las dudas se abren sobre qué pasará en África y en Asia central en el futuro inmediato. Cada nueva oleada se corresponde con aperturas económicas y de circulación afectando, en general, a gente cada vez más joven, que son los que más trabajan, salen o circulan. Entonces, al no existir medicación antivira, la única esperanza para acabar con la pandemia está centrada en las vacunas que escasean.
La responsabilidad del capitalismo y sus gobiernos
A pesar del rápido descubrimiento del genoma viral y de que hay cientos de proyectos y formulaciones de distinto tipo de vacunas, en la actualidad no hay más de 10 que estén disponibles para vacunar. La mayoría de ellas elaboradas por grandes grupos farmacéuticos como Pfizer, AstraZeneca o Johnson & Johnson a las que se suman las vacunas rusa y chinas. Todas ellas protegidas por las llamadas patentes sobre la propiedad intelectual, que les asegura durante 10 años no sólo la exclusividad de producción sino fundamentalmente ganancias extraordinarias. Es decir, muy por sobre la ganancia media y razonable de los costos de producción. A la fecha se han producido en el mundo casi 1.300 millones de dosis, un déficit absoluto ya que se necesitarían como mínimo 14 millones de dosis para vacunar a toda la población mundial, en esta primera etapa y, luego asegurar una provisión mundial para los brotes de años sucesivos. Todos estos laboratorios primero Pfizer-Moderna, luego AstraZeneca y también Gamaleya han declarado su incapacidad para responder a las necesidades de la demanda. Hoy hay juicios de la Comunidad Europea contra Astra por no entregar las vacunas. Cientos de millones se contagian mes a mes y, millones mueren innecesariamente por esta falta absoluta de vacunas. Los laboratorios saben esto perfectamente pero no quieren de ningún modo perderse de estas superganancias, y a futuro. En su razonamiento es el más grande negocio que hayan tenido en sus manos, muy superior al de los antihipertensivos o los antibióticos. Por eso salen como fieras cuando se habla de licenciar, o expropiar, o bajar las patentes; aunque sea en forma parcial o transitoria, se llame OMS, MSF, o el propio Biden quien lo proponga. Alegan que no habrá más inversiones a futuro, que perderán plata, todas mentiras. Un estudio demostró que en la investigación de la vacuna de Oxford, por ejemplo, sólo el 3% fue invertido por el privado AstraZeneca, el 97% provino de fondos públicos, al igual que el conocimiento para desarrollarla. Otro tanto se puede decir de Pfizer Moderna, donde EEUU adelantó el grueso del dinero para la investigación, vía la compra anticipada de millones de dosis.
Los Estados y organismos de salud también lo saben, por eso la OMS habló de licenciar las patentes en forma transitoria hasta que ceda la pandemia. Luego estuvo la iniciativa de India-Sudáfrica y, como la presión es cada vez más grande, hasta el propio Biden presidente del país líder mundial en patentamientos y defensor a ultranza de dicho sistema tuvo que salir a decir que habría que licenciar las patentes. Claro que lo hace de manera tibia y parcial, como pidiendo permiso a las multinacionales farmacéuticas que ya le respondieron con misiles mediáticos. Habla, como otros, de presentarlo ante la OMC donde, si hay acuerdo de mayoría, se podría avanzar. Macron y Putin dicen que lo apoyan. Alemania, Inglaterra y otros se oponen. Será un larguísimo juego de póker donde, mientras ellos se miran las caras y reparten cartas, la gente seguirá muriendo.
Para lograr vacunas para todxs
Nuestro país no escapa de esta lógica que describimos a nivel mundial, sólo el 3% ha sido vacunado con dos dosis y no está asegurada la provisión de vacunas a futuro. A pesar que, como decimos, las vacunas están en Garín al otro lado de la General Paz. Es que Alberto a con un supuesto discurso progre, se mueve dentro de los límites estrechísimos del capitalismo que juega para las farmacéuticas.
Si queremos vacunas para todos y en forma acelerada, no hay otra que avanzar en la expropiación unilateral de las patentes, exigir la transferencia no sólo del conocimiento sino de la tecnología necesaria para producirlas, e invertir todo el dinero necesario para ponerlas en marcha. Los Estados nacionales son soberanos y deben velar por la salud y la vida de sus habitantes en primer lugar. Hasta podrían apelar a la propia resolución de la OMC del ’94 que ya contemplaba que, ante circunstancias excepcionales, se podrían licenciar o eliminar las patentes. Y nadie puede dudar que la pandemia lo es. Por supuesto, los adalides del posibilismo capitalista dirán que este proceso es lento y que requiere de mucha inversión. Lo mismo nos dijeron cuando decíamos que se podrían producir íntegramente las vacunas de Oxford en el país. Aún sin licenciar las patentes y un mes después, desde Vizotti para abajo, todos nos dieron la razón. Decimos además que, si un país hace punta en la expropiación de patentes muchos lo seguirán, decenas de otros laboratorios públicos y privados empezarían a producir vacunas en gran escala y los actuales productores, en su afán de no quedar por fuera del negocio, se sumarían con toda su capacidad a la producción. Porque de última no se trata, como dicen ellos, de pérdidas sino que de ganar menos.
Crisis capitalista y crisis sanitaria
La crisis y responsabilidad del modo de producción capitalista, y su protección a ultranza de la ganancia, se expresa no solamente en el tema vacunas que ya describimos, sino en todo el manejo de la pandemia que está resultando un desastre, exponiendonos a riesgos futuros. Este desmanejo se da en nuestro país y el resto de mundo como sintetizaremos a continuación.
La familia viral (coronavirus) se conocía desde hacía más de una década, sin embargo, se abandonaron más de 6 líneas de investigación por carecer de fondos. Como las anteriores epidemias habían cedido solas y no había posibilidades de hacer negocio con vacunas o medicamentos, sencillamente dejaron de poner plata. Años después nos atacó el SARS-CoV2 y nos encontró sin conocimiento de su genoma, sin vacunas, ni siquiera con conocimiento epidemiológico de su trasmisión.
En segundo lugar, desde el comienzo se priorizó el factor económico no la salud, más allá de las declaraciones grandilocuentes del Alberto y otros presidentes. Se dejó circular miles de millones de personas de continente a continente para no afectar la ganancia de vuelos, hoteles, empresas de todo tipo. Así la epidemia pasó de China a Europa y América en tiempo récord. Las cuarentenas instauradas no surtían efecto por varios motivos, o porque se las levantaba rápido, o porque no había testeos suficientes para identificar la circulación viral (en esto nuestro país fue campeón mundial en negar la importancia de los testeos, aún cuando ya el mundo entero decía lo opuesto). Y, fundamentalmente se caían porque no existía soporte económico para los que no tenían sueldos fijos, desnudando la precarización laboral que existe en este régimen. El capitalismo mundial y el nuestro eligieron subsidiar a los poderosos en lugar de a los millones que se quedaban sin empleo. La consecuencia fue una obscena concentración de la riqueza en pocas manos, con ricos más ricos y pobres cada vez más pobres en plena pandemia.
Tampoco pasaron la prueba los sistemas sanitarios del capitalismo mundial, ni siquiera en Europa o EEUU. Donde quedó demostrada la desinversión de décadas en la salud estatal y la inoperancia de los privados. Sobre todo la carencia de camas de Terapia Intensiva, por la sola razón que en épocas de no pandemia son caras de mantener. Faltaron insumos, elementos de protección personal durante meses y respiradores, que hasta el día de hoy siguen faltando. El supuesto colosal avance de la tecnología no logró ponerse a tono con los requerimientos de la pandemia. ¿Las razones? Muchas: decisión y voluntad política de los poderes, desconfianza en el recupero de ganancias de los privados, obsolescencia de ramas completas de la industria, entre otros.
Cuando millones requieren sedación y relajación para ser ventilados mecánicamente, entonces faltan los relajantes, sedantes y hasta oxígeno; los laboratorios productores los acaparan y aumentan su precio hasta el 2000%. Criminal.
Finalmente, cuando se encuentra en tiempo récord una más que probable solución a la Covid-19 a través de las vacunas, otra vez mete la cola el demonio de la producción capitalista, complicándolo todo. Principios activos que se producen en un lugar (India, Argentina, Italia), para ser envasados en otro (Méjico, por ejemplo), y luego ser trasladado a otro distinto, para ser vendido a los grandes países imperialistas. Los que compraron por adelantado cantidades de vacunas suficiente para vacunar 5 veces a sus pueblos mientras decenas de países aún no reciben una sola dosis, como es el caso de África o el Asia central. Un verdadero aquelarre, cuya única justificación esgrimida es la protección de las patentes de 10 laboratorios que ya demostraron su ineficacia para cubrir las necesidades mundiales de vacunación. Y como siempre operan las grandes desigualdades del sistema, donde los países ricos acumulan dosis y vacunados por millones, y a los más pobres nos espera carencia de vacunas, rebrotes de enfermedad y pandemia asegurada por 1 o 2 años más como mínimo.
Esta inoperancia criminal del Sistema la sostienen desde Bolsonaro y Trump hasta Alberto, AMLO y el resto de los falsos progresistas. La pandemia develó claramente que este capitalismo en crisis no puede dar solución a ninguna de las catástrofes a las que él mismo nos ha llevado. Solo desde la izquierda y el socialismo tenemos propuestas superadoras para enfrentar esta epidemia y las que posiblemente se sucedan. Por eso propusimos, en su momento, cuarentenas con soporte económico para los más afectados e impuestos progresivos a los ricos para solventar todos los gastos. Testeos masivos y producción mundial al servicio de yugular la epidemia. Y actualmente, estamos levantando una campaña por la anulación-expropiación de las patentes que protegen las vacunas como única forma de poder tener vacunas para todos. Solo con medidas de fondo y socialistas podremos poner pronto fin a la pandemia que hoy nos azota.