Con más de 167 millones de casos en el mundo y 3,5 millones en el país, la pandemia no parece tener fin próximo. En oleadas, trasladándose de un continente a otro, encuentra siempre millones de susceptibles por culpa de los lentos ritmos de vacunación. Nuevas variantes mutaciones se tornan cada vez más contagiosas, afectan a gente cada vez más joven. En los estrechos márgenes del capitalismo, siempre definidos por la búsqueda de ganancia, se corre el riesgo de perpetuar y agravar las consecuencias de esta moderna peste del siglo XXI.
Escribe: Gerardo Uceda
Desde que surgió en China a fines de 2019, el Covid-19 fue reconocida como una infección muy contagiosa, grave y de características pandémicas. Tanto fue así que de China en pocos meses pasó a Europa para hacer colapsar los sistemas de salud de muchos de los países que otrora fueran ejemplo mundial en la materia. Esa primera oleada afectó luego a América, donde los contagios hicieron estragos cobrándose la vida de más de 60 millones de personas en el mundo, con EEUU y Brasil a la cabeza por culpa de la política criminal de Trump y Bolsonaro que se opusieron a tomar las más mínimas medidas de control, en aras de salvaguardar los negocios capitalistas.
Durante todo el 2020 fue quedando claro que no aparecía en forma pronta un tratamiento antiviral curativo del coronavirus y que los sistemas de salud tendían a colapsar porque los casos graves requerían de internaciones prolongadas en terapia intensiva, con asistencia respiratoria y un gran consumo de recursos humanos y tecnológicos de sostén, lo que resulta económicamente inaceptable para un capitalismo decadente que no se puede dar el “lujo” de asistir la salud de millones, como lo requería el ritmo creciente de infectados graves. Así, las expectativas de frenar primero y controlar después la pandemia se centraron exclusivamente en encontrar vacunas efectivas. En tiempo récord, con discusiones sobre los procesos metodológicos de investigación, pero avaladas por investigaciones científicas de Universidades públicas fundamentalmente, se descubrieron varias vacunas efectivas. Y entonces cuando se pensó que todo se empezaría a resolver prontamente, el demonio del capitalismo metió su cola y todo se volvió a complicar. Las vacunas no se producen a un ritmo necesario, segundas y terceras olas volvieron a presentarse y aparecieron cepas mutantes más contagiosas y virulentas.
Sin vacunas para todxs
Coincidimos completamente con que la vacunación es no sólo la única, sino la mejor solución para controlar al virus. El problema, como ya hemos insistido muchas veces no son las vacunas sino el capitalismo.
En primer lugar, bajo este sistema la producción ha quedado en manos de 9 o 10 laboratorios que después de meses se han mostrado absolutamente incapaces de producir la cantidad de vacunas necesarias para proveer al mundo entero. Al día de hoy se han producido no más de 1.500 millones de dosis, esto es algo así como para inmunizar a menos del 10% de la población mundial con las dos dosis comprobadas efectivas por los estudios de investigación. Y esto, como ya lo hemos planteado en otros artículos de estas páginas sólo tiene una razón: la preservación de ganancias extraordinarias para esos 9 laboratorios a través de las famosas Patentes, hoy cuestionadas hasta por el propio Biden. Gracias a los derechos otorgados por esas patentes, estas 9 o 10 farmacéuticas ganan miles de millones de dólares, se niegan a compartir la formula y el proceso de producción y no producen la cantidad necesaria.
En segundo lugar, la distribución de vacunas es el otro grave problema. Con la lógica capitalista el ritmo de vacunación sigue a la riqueza de los países imperialistas, así el 83% de las dosis aplicadas se ubica en el 20% de los países más ricos del mundo, mientras que sólo el 17% está llegando al resto y hay decenas de países que aún no han recibido ni una dosis. Se da la paradoja que India, el país número uno en el mundo en fabricación de vacunas en general, hoy sufre una explosión de casos en una segunda oleada, porque laboratorios como AstraZeneca que produjo millones de dosis en su territorio se las llevó a los países centrales de Europa para vacunar ingleses y alemanes. Algo similar a lo que sucede en nuestro país donde también las producimos en el laboratorio mAbxience de Garín, pero se fueron a México para terminar también en Europa, a pesar de que ya hemos pagado 22 millones de las dosis producidas. A este desastre le llaman modo de producción capitalista.
El capitalismo puede perpetuar la pandemia
Al impedir escalar la producción a los niveles requeridos por proteger las patentes de las farmacéuticas y acaparar millones de dosis en exceso en los países centrales, el capitalismo imperialista no sólo multiplica infecciones y muertes evitables, sino que hace correr al mundo el riesgo de perpetuar la pandemia y la recurrencia de nuevas oleadas por años.
Esta posibilidad es más que cierta y se verifica en la aparición de nuevas variantes, como la del Reino Unido, la de Manaos, Sudáfrica y hasta nuestra cepa Andina que están causando estas segundas y terceras olas mundiales actuales. Todas las cuales han mostrado ser no sólo más contagiosas (hay regiones que infectaron hasta el 76% de la población, haciendo dudar del punto en el cual se alcance la famosa inmunidad de rebaño), sino que también son más virulentas, con una altísima replicación viral en el cuerpo y atacando a gente más joven que la de la primera ola, con las terapias intensivas saturadas de gente en edad laboral, lo que resulta un contrasentido para las pretensiones del mismo capitalismo.
Además, aparece la posibilidad como se estaría verificando con la variante Sudáfrica, que las nuevas mutaciones sean resistentes a las vacunas actuales, por lo que resultaría inútil para los países imperialistas acaparar dosis de vacunas potencialmente ineficaces. De multiplicarse este fenómeno, y lo más probable es que suceda, el virus se replicará y mutará en los países periféricos y de ellos migrará nuevamente a los centrales en avión gracias a la globalización. Al retornar a los países ricos encontrará entonces gente nuevamente susceptible a ser infectada.
Así las cosas, el capitalismo lleva a la falta absoluta de vacunas y su desigual distribución mundial, lo que a su vez abre ni más ni menos que la posibilidad de una perpetuación de la pandemia. Para evitarlo hay que hacer lo opuesto, como lo planteamos desde el MST y la izquierda, empezando por expropiar las patentes para poder multiplicar la producción de vacunas. De ese modo en menos de un año la inmensa mayoría de los 7.700 millones de habitantes del mundo podría ser vacunado, y así cortar la circulación viral mundial, lo que bajaría la posibilidad de infección con nuevas cepas resistentes. Y esto sin importar si son de países ricos o pobres ni en qué continente vivan. En el mundo sobran los laboratorios instalados, los recursos tecnológicos y el dinero para ponerlos en marcha de manera casi inmediata. Es necesario avanzar no sólo en la expropiación de las patentes, sino declarar la pandemia como prioridad mundial para derivar todo lo necesario a la producción para frenarla y poner impuestos progresivos a las grandes fortunas y ganancias para obtener los recursos económicos para hacerlo.