Las recientes elecciones fueron un durísimo cachetazo al gobierno. La debacle ahondó la grieta interna y hubo cambio de ministros, pero no de rumbo. Vamos a tiempos de más ajuste, más conflictividad social, más inestabilidad política.
Escribe: Pablo Vasco
Un leve aumento del salario mínimo, vital y móvil, en cuotas. Un plan de jubilación anticipada a valor reducido, un bonito extra por un par de meses y algún descuento pre-viaje a los jubilados. Una restitución súper limitada del IFE. Una suba parcial del piso del Impuesto a las Ganancias. Y alguna hipotética línea de créditos a cooperativas. Punto.
Si alguna gente abrió expectativas en que con la crisis que salió a luz tras las PASO el gobierno de Alberto y Cristina iba a sacar conclusiones sobre las causas de la decepción popular y empezar a “llenar la heladera”, se equivocó.
La ratificación de Guzmán al frente de Economía, para regocijo del FMI, y el pago puntual de casi 1.900 millones de dólares días atrás en concepto de deuda externa confirman que continúa el sometimiento al imperialismo (ver pág. 2). Y las pocas medidas económicas dictadas -ponele- en busca de revertir el descontento social no merecen siquiera el nombre de paliativo (ver pág. 4).
Este combo de campaña para recuperar votos perdidos se completa con la eliminación casi total de las restricciones, decretando el fin de la pandemia con tal de anunciar buenas noticias (ver pág. 5).
Alta paliza y grieta interna
La pérdida de casi cinco millones de votos del Frente de Todos no podía pasar así nomás, por su magnitud inesperada. Es obvio que el gobierno peronista le perdió el pulso a lo que piensa y siente el movimiento de masas.
Como ya lo hemos planteado en nuestros balances electorales, no es que todos esos votos se volcaron a Juntos por el Cambio. No hubo giro a derecha. Al revés: sólo una muy pequeña parte de quienes habían votado al Frente de Todos hace dos años esta vez eligieron como voto castigo volver al macrismo. El grueso de los votos que perdió el gobierno se debe a gente que no fue a votar, votó en blanco, nulo o a otras opciones, incluida una parte que vino al FIT. Ese retroceso del oficialismo favoreció a Juntos, que obviamente quedó ganador.
Lo que mostró la elección, en todo caso, fue polarización. De un lado, en una muy buena elección, en la izquierda duplicamos nuestros votos. Con más de un millón, el Frente de Izquierda quedó como tercera fuerza nacional. En cuanto a la derecha de Milei, si bien hay listas provinciales similares y no hay que minimizar los discursos fascistoides, es un fenómeno porteño. Y aunque dice ser “antipolítica”, ya “no descarta” una fórmula con Patricia Bullrich en 2023.
Apenas cerrado el recuento de votos, en el gobierno empezó a brotar la lava. Renuncias a disposición, otras indeclinables, llamados crispados, audios insultantes que se viralizan. El jueves 16 se hizo pública la dura carta de Cristina, que así como había acompañado los actos de campaña, ante la aplastante derrota buscó despegar enseguida. Con más reflejos que Alberto, en su texto criticó el “ajuste fiscal” e ilusionó a unos cuantos descontentos.
Que el Frente de Todos es una coalición circunstancial de sectores políticos distintos ya se sabía: albertismo, massismo. cristinismo. Los dos primeros más a derecha, la segunda con impronta populista, se juntaron en un mismo armado para ganarle a Macri. Pero la derrota mostró una grieta interna más profunda. Fue una fractura expuesta, que de alguna manera evocó el vacío de poder abierto en octubre de 2001, cuando Chacho Álvarez renunció como vice de De la Rúa y a los dos meses estalló el Argentinazo.
JxC y todo el establishment burgués actuaron rápidamente para atenuar la crisis política que crecía y cerrarla lo antes posible. El operativo peronista de salvataje incluyó tensas negociaciones por los recambios en el gabinete, un barajar y dar de nuevo entre los “funcionarios que no funcionan”…
“Crece la derecha”… en el gabinete
Aparte de no incluir a ninguna mujer, los nuevos ministros pactados entre Alberto y Cristina decepcionaron a gran parte de la base kirchnerista, que esperaba alguna señal de cambio pero en un sentido progresista. Pero ni aflojaron plata ni cambiaron de rumbo político. Hicieron lo contrario:
Como ya dijimos antes, a cargo de la cartera económica sigue firme Guzmán, hombre de confianza del imperialismo. Se ve que el “ajuste fiscal” y la consiguiente malaria que provoca para el pueblo trabajador no le molestaron tanto a Cristina.
Como jefe de gabinete sale Cafiero y en su reemplazo entra el reconocido militante antiderechos y opusdeísta Manzur. “Imagino una buena convivencia”, dijo de él la ministra feminista Gómez Alcorta, dispuesta a tragar dinosaurios (ver pág. 13).
De ministro de Seguridad entra Aníbal Fernández, el mismo que ante la desaparición forzada de Julio López dijo que podía “estar tomando el té en lo de la tía”, que ante los asesinatos de Maxi y Darío habló de “enfrentamiento entre piqueteros” y que ante el asesinato de Mariano Ferreyra, en donde la cana liberó la zona, dijo que “la policía hizo lo que tenía que hacer”. “Hablamos el mismo idioma”, dijo de él el represor Sergio Berni.
La cartera de Agricultura la asumió Domínguez, otro buen amigo del Vaticano y de las patronales del campo.
Es decir, si hubo un viraje en la Rosada fue hacia la derecha. Y parecido al gabinete nacional, Kicillof, otro gran perdedor en estas PASO, tuvo que abrirles espacio en su gobierno bonaerense a los señores feudales del conurbano: los intendentes. Por eso, cuando el gobierno y sus voceros para justificar su derrota insisten con que “crece la derecha”, no es cierto. Al asumir la agenda de la derecha no la combaten: la fortalecen.
Temporales en el horizonte
Desde el punto de vista económico, el peso de la deuda externa y los condicionamientos del FMI para hacernos pagar los costos de la crisis capitalista traerán mayores penurias. Por lo tanto, en nuestro país vamos a un aumento de las luchas sociales. Desde el punto de vista político, esa caldera social empujará una mayor polarización, cambios bruscos y nuevas crisis del poder. Por caso, una nueva derrota en la elección de noviembre seguramente reabriría con creces la crisis del gobierno. Es que la Argentina no es una isla y el contexto latinoamericano y mundial marcan un panorama de mayor inestabilidad, crisis y rebeliones populares, con la juventud al frente.
Pero en 2001, el régimen bipartidista tradicional argentino tenía quebrada su pata UCR pero todavía mantenía su pata PJ, con mayores vínculos con el pueblo trabajador vía los sindicatos y organizaciones sociales. Eso le permitió a la clase capitalista, Duhalde y los Kirchner mediante, remontar la profunda crisis política producto del estallido popular. Aun así, luego Macri no pudo “normalizar” la Argentina en modo capitalista, tarea pendiente que vino a cumplir Alberto. Golpeado por la mala votación, no es seguro que siga los dos largos años que le quedan.
El conflicto es que tras dos décadas de gobiernos de ajuste ya el régimen burgués argento está mucho más debilitado: ahora en vez de bi-partidismo hay un bi-coalicionismo, entre dos armados fragmentados en varias líneas internas atadas con alambre y cada vez más alejados del movimiento de masas. En la izquierda debemos, entonces, prepararnos para desafíos políticos superiores, en donde se planteará la cuestión del poder (ver pág. 8 y 9).
Por todas estas razones, a las y los militantes y activistas que en su momento votaron a Alberto para sacar a Macri y hacer algo distinto les decimos: ya no hay ninguna “pelea adentro” que dé frutos, compañeros. El PJ en su conjunto responde a los bolsillos de la clase dominante, sometido al imperialismo. Les invitamos a terminar de salir de allí y venir con el Frente de Izquierda y el MST a luchar por los cambios anticapitalistas y socialistas que hacen falta para lograr un país liberado y un pueblo feliz.