Pasó la Cumbre de las Américas y, una vez más, el presidente Fernández apeló al doble discurso. Cacarea, pero obedece al imperio y al FMI.
Escribe: Nicolás Zuttión
El jueves 9, por la noche, Alberto Fernández dio su discurso en la Cumbre de las Américas. En el territorio local, su frente de gobierno festejó las palabras del presidente que, según se dejó correr, contentó a todas las partes. Sin embargo, la «confrontación» con el gobierno estadounidense y, principalmente, con la herencia del trumpismo, sólo manifestó el doble discurso del mandatario en materia internacional. El grillete de la deuda externa y la intromisión de sus representantes en estas latitudes lejos está de combatirse y terminarse realmente.
Denuncia de exclusiones, a medias
Tras amagues de realizar una «contracumbre» en el mismo país del norte por la exclusión de Cuba, Venezuela y Nicaragua, Alberto terminó cediendo y cumplió con hacerse presente en la reunión presidida por Joe Biden. El textual de Alberto fue el siguiente: «Hubiésemos querido otra Cumbre de las Américas. Quisiera dejar sentado, que el hecho de ser anfitrión de la Cumbre no otorga capacidad de imponer derecho de admisión sobre los países miembros del Continente». Palabras que se pueden entender por el rol superestructual que el presidente argentino juega en la CELAC (es el presidente pro tempore). Sin embargo, la crítica al gobierno norteamericano no sobrepasó los límites de la exclusión a éste cónclave. Poco se dijo de los ataques económicos que la potencia del norte sabe aplicar sobre las poblaciones de los países excluidos. Algo que, seguramente, debe estar fundado en la connivencia existente, por momentos con más intensidad, entre estos países de América Latina y Estados Unidos. Es harto conocido que Maduro comenzó a retomar relaciones con la administración de Biden por su condición de exportador de petróleo tras el comienzo de la guerra en Ucrania, producida por la invasión rusa. También es popular el rol que jugó Estados Unidos estos años en Nicagarua, apoyando planes de ajuste y austeridad que patrocinó a partir de una de sus instituciones predilectas, el FMI.
La discusión sobre los derechos humanos en manos de Biden es una farsa. El presidente demócrata es un guerrerista conocido que no se ha excluido de apoyar ninguna ofensiva militarista de la potencia que dirige, como tampoco la imposición de gobiernos. Claro que afirmamos esto desde una posición que conoce las atrocidades y políticas autoritarias que llevan a cabo los países no admitidos en esta cumbre. El reflejo más concreto de esto es la iniciativa de la comisión internacionalista, que viajará a Costa Rica para poder entrar a Nicaragua y conocer la situación de los presos políticos tras el estallido social, producido en 2018 y reprimido por Ortega y Murillo.
El presidente está lejos de ser un referente de los intereses de la «patria grande» a sabiendas de lo que fue su discurso completo.
La herencia trumpista
Como decíamos anteriormente, luego de apuntar a Biden, Fernández lo excomulgó de todo lo que viene sucediendo en el continente. La responsabilidad reside en el pasado, en la presidencia de Donald Trump. Volviendo a la fuente, lo que expresó Alberto fue: «los años previos a su llegada al Gobierno de los Estados Unidos de América, estuvieron signados por una política inmensamente dañina para nuestra región (…) se ha utilizado a la OEA como un gendarme que facilitó un golpe de estado en Bolivia». Y, concluyó: «la intervención del gobierno de Trump fue decisiva para facilitar un endeudamiento insostenible en favor de un gobierno argentino en decadencia en Argentina» y que «por tamaña indecencia sufre hoy todo el pueblo argentino».
Todo un balance sobre políticas pasadas que, pareciera, no tienen continuidades en el presente. Para no hacer una polémica con cada frase, vamos con lo último que respecta a la política local. Esa facilidad de endeudamiento insostenible realizada por Trump, algo cierto que se hizo en parte para mantener al macrismo como una opción en las elecciones de 2019, no fue motivo para que Biden exija a los funcionarios del FMI que dejen de cobrar la deuda. Y, vale recalcar, fue el propio ministro de Economía, Martín Guzmán, quien le pidió el favor al nuevo gobierno estadounidense de al menos rebajar las tasas punitorias de la deuda odiosa. Como se sabe, esa plegaria no fue atendida. A tal punto que bajo la gestión de Biden, el mismo Alberto renegoció una deuda con el Fondo que, como dijo, por no desconocerla y entregar la soberanía de nuestro país la «sufre hoy todo el pueblo argentino».
La resignación como política de Estado
Más allá de la gala que el presidente argentino también hizo sobre la posibilidad de gravar la «renta inesperada», que denunciamos como tardía e insuficiente en este artículo, Alberto se mostró vencido ante el orden imperialista. Preguntándose: «¿Por qué padecemos enormes penurias, si nuestra tierra nos ha dotado para producir alimentos y energía como a muy pocas regiones del mundo?»; se contestó: «La respuesta se encuentra en el orden global (…) el mundo central ha fijado reglas financieras evidentemente inequitativas. Unos pocos concentran el ingreso mientras millones de seres humanos quedan atrapados en el pozo de la pobreza».
Problema que, para el propio Fernández, según exclamó, se resuelve pidiéndole a Biden «que esas políticas cambien y los daños se reparen». Toda una incoherencia: busca en la potencia agresora la solución a nuestros problemas.
Ante las penurias provocadas por las imposiciones de los imperialismos, en este caso el estadounidense que aún detenta una posición hegemónica -aunque en declive- es necesario apostar por salidas rupturistas. Salidas programá-ticas, que se doten de la fuerza de los trabajadores y los sectores populares, damnificados por los mandatos que someten a nuestro país a ser una colonia.
Una política de ese calibre, que sea independiente de cualquier injerencia y se funde en principios clasistas, es lo que necesitamos para desembarazarnos del «no se puede», hoy renovado a «no existe la correlación de fuerzas», y emprender una lucha que «nos saque del pozo de la pobreza».