A 82 años del asesinato de León Trotsky. La vigencia de su legado

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El 20 de agosto de 1940, el agente estalinista Ramón Mercader hundió un piolet en la cabeza del viejo dirigente ruso, que murió al día siguiente producto de las heridas. Con ese asesinato, Stalin eliminaba al último dirigente vivo del Partido Bolchevique que había encabezado la revolución de octubre de 1917, al más consecuente opositor a la burocracia que se había apoderado del Estado Obrero y el PC. Era quien encarnaba el hilo de continuidad de la tradición revolucionaria de décadas de lucha del marxismo y la clase obrera.

Escribe: Emilio Poliak

La derrota del ascenso revolucionario que recorrió Europa luego del triunfo de la Revolución Rusa, junto a la devastación producida por una guerra civil de casi tres años en un país atrasado como Rusia habían facilitado el ascenso de la burocracia al poder. El estalinismo no sólo significó el reemplazo del poder obrero y campesino por el de la burocracia, con una dictadura despiadada basada en asesinatos, persecuciones y campos de concentración, sino también el abandono de los principios del marxismo.

Para imponer como ideología dominante en la izquierda mundial la teoría del socialismo en un solo país, el campismo, los frentes populares con la burguesía o la coexistencia pacífica con el imperialismo, que significaba en definitiva el abandono de la lucha por la revolución socialista internacional y la democracia obrera, el estalinismo tenía necesariamente que eliminar toda la tradición construida en décadas de lucha de la clase obrera desde Marx hasta Lenin y la propia experiencia de la Revolución Rusa. Ese fue el significado del asesinato de Trotsky.

Su muerte, y la desaparición de muchos de sus seguidores durante la segunda guerra mundial a manos del estalinismo o del nazismo, por un lado, y el prestigio alcanzado por Stalin por la derrota de los nazis en manos del Ejército Rojo por el otro, facilitaron que esas ideas se transformen en las dominantes en la izquierda mundial. La caída del Muro de Berlín y del «socialismo real» en el este europeo significaron la derrota del estalinismo como aparato mundial, sin embargo, sus concepciones políticas continuaron teniendo un peso considerable tanto en las organizaciones provenientes de los viejos Partidos Comunistas como en muchas de las nuevas surgidas en los últimos años, que han abandonado la lucha por el socialismo en favor de una estrategia de reformas (cada vez más tibias) al capitalismo.

La esencia de sus enseñanzas

En el momento de su muerte, Trotsky estaba abocado a la tarea que él mismo definió como la más importante de su vida: la construcción de la IV Internacional. La veía indispensable para poner en pie una dirección que pudiera encabezar el nuevo ascenso que vendría, pero fundamentalmente para salvaguardar esa tradición histórica, que de otra manera se hubiera perdido para siempre. abandonada por la socialdemocracia primero, y por el estalinismo más tarde. La construcción de la IV Internacional logró, aunque con un grupo reducido de cuadros y dirigentes, salvar esa tradición. Hoy que el capitalismo muestra toda su decadencia, no es casual que vuelva a hablase de Trotsky y que la historia de su vida sea éxito editorial.

En una entrevista de la década del 80, el fundador de nuestra corriente Nahuel Moreno decía «no podemos hacer un culto, como se ha hecho de Mao o de Stalin. Ser trotskista hoy día no significa estar de acuerdo con todo lo que escribió o lo que dijo Trotsky, sino saber hacerle críticas o superarlo, igual que a Marx, que, a Engels o Lenin, porque el marxismo pretende ser científico y la ciencia enseña que no hay verdades absolutas. Eso es lo primero, ser trotskista es ser crítico, incluso del propio trotskismo.»

Somos trotskistas porque sus principales elaboraciones mantienen plena vigencia para llevar adelante la lucha por terminar con este sistema de explotación y construir un mundo que las mayorías populares podamos disfrutar.

«Sin revolución social en un próximo período histórico, la civilización humana está bajo amenaza de ser arrasada por una catástrofe»

Esta frase, en el inicio del Programa de Transición hacía referencia a la inminencia de una nueva guerra mundial, que efectivamente estalló unos meses después. Sin embargo, es un análisis que mantiene toda su actualidad. El sistema capitalista está arrastrando a la humanidad a una catástrofe de proporciones inimaginables. Una nueva guerra que amenaza transformarse en mundial, pandemias, una destrucción ambiental que pone en riesgo la vida en el planeta tal como la conocemos, el aumento de la miseria y la perspectiva de hambrunas generalizadas mientras el 1% de la población mundial acrecienta sus ganancias en miles de millones de dólares. Sin terminar con este sistema capitalista no habrá solución para las necesidades urgentes de las masas.

El trotskismo es hoy la única corriente a nivel mundial que sigue defendiendo esta perspectiva, mientras la socialdemocracia se ha transformado en un administrador más del capital, y los nuevos reformismos y progresismos siguen la misma senda, como se puede apreciar en Chile con el FA y el PC, en Colombia con Petro, en Brasil con el PT y en Argentina donde sectores de izquierda son parte del gobierno burgués del Frente de Todos.
Parafraseando al Viejo, todos ellos se han transformado en los «doctores democráticos del capitalismo. Los trotskistas luchamos para ser sus enterradores revolucionarios».
«Llega un momento en que se torna principal obstáculo para la victoria este hábito de considerar más poderoso al adversario»

El argumento de estos sectores posibilistas es que no existe relación de fuerzas para un cambio de sistema. Por lo tanto, a lo máximo que puede aspirarse es a obtener algunas mejoras dentro de los marcos del capitalismo. Justifican de esa manera su falta de voluntad para impulsar los cambios de fondo que hacen falta. La realidad, sin embargo, muestra que hay una intensificación de la lucha de clases (motor de la historia) que en los últimos años ha desatado rebeliones y verdaderas revoluciones en todo el planeta, desde Chile, Colombia o Ecuador en Latinoamérica, hasta el Líbano, Sri Lanka y EEUU en 2020. Es decir, lo que falta no es relación de fuerzas sino direcciones que estén dispuestas a llevar hasta el final esas luchas. Una conclusión fundamental de todo el proceso histórico del último siglo y medio es que la clase obrera debe construir su propia organización política, independiente de todos los sectores burgueses para organizar a la vanguardia del pueblo trabajador y llevar esta pelea hasta el final. Como decíamos, existen rebeliones, revueltas y revoluciones que seguirán estallando por la necesidad del sistema capitalista de ajustar aún más a las masas y la disposición de éstas a luchar en defensa de las condiciones de vida. Pero «sin una organización dirigente la energía de las masas se disiparía, como se disipa el vapor no contenido en una caldera.» Por eso la gran tarea es construir esa organización dirigente.

Para una pelea internacional, una herramienta internacional

La construcción de esa organización no puede circunscribirse a un solo país. En un mundo dominado por las trasnacionales no hay ninguna posibilidad de derrotar al sistema capitalista si no es desarrollando la movilización y la organización en todo el planeta, «la edificación socialista no puede alcanzar su coronamiento más que sobre el plano internacional.» Toda revolución que no se extiende y queda aislada está condenada a retroceder. Lenin y Trotsky eran conscientes de esto y por eso tras el triunfo de la Revolución Rusa fundaron la Tercera Internacional. Ninguna de las direcciones políticas que encabezaron revoluciones en el siglo XX repitió ese camino. Priorizaron la «coexistencia» con el imperialismo y el «socialismo en un solo país». Así, tanto en el Este de Europa como en la propia Cuba, lo que el imperialismo no pudo lograr por la vía de la agresión, lo logró a partir de la presión económica. Sin embargo, la construcción de una dirección internacional de la clase obrera no es una tarea para después de la toma del poder en algún país. Es una necesidad presente para responder correctamente a una realidad mundial convulsionada, para impulsar campañas de solidaridad, para recuperar la conciencia internacionalista enterrada por la socialdemocracia y el estalinismo. Por eso nuestra tarea prioritaria es el desarrollo de la Liga Internacional Socialista.

Sin democracia obrera no hay socialismo

Tal vez uno de los mayores favores que hizo el estalinismo a la burguesía fue instalar en la conciencia de millones que el socialismo es sinónimo de dictadura de partido único, totalitarismo, represión y una economía burocráticamente planificada.
Es el mismo favor que hacen actualmente gobiernos como las dictaduras de Maduro en Venezuela o de Ortega-Murillo en Nicaragua, que hablan en nombre del socialismo, pero ejercen una dictadura estalinista al servicio de mantener la estructura capitalista en sus países.

El socialismo no tiene nada que ver con eso. Para Marx, Lenin y Trotsky el socialismo no es sólo un sistema económico sino el gobierno de la clase trabajadora organizada democráticamente y la planificación democrática de la economía al servicio de las necesidades obreras y populares. Seguimos defendiendo esa concepción por la que Trotsky peleó hasta el final de sus días. Sin democracia obrera no hay socialismo.

Sectarismo no es trotskismo

Muchas veces, y sobre todo cuando las corrientes e ideas trotskistas adquieren cierta relevancia, los enemigos de la revolución acusan al trotskismo de sectario. Sin embargo, si alguien dio la batalla contra el sectarismo en el movimiento revolucionario y dentro de sus propias filas fue el propio Trotsky. No sólo en la lucha de clases, donde impulsó el Frente Único Obrero para derrotar al fascismo y la pelea dentro de los sindicatos de masas contra las tendencias ultraizquierdistas que planeaban hacer sindicatos rojos. En la propia construcción de partidos dio una batalla por alejarse del sectarismo. En el Programa de Transición planteaba «El que no busca ni encuentra el camino del movimiento de masas no es combatiente sino un peso muerto para el partido. Un programa no se crea para las redacciones, las salas de lectura o los centros de discusión, sino para la acción revolucionaria de millones de hombres. La premisa necesaria de los éxitos revolucionarios es la depuración de la IV Internacional del sectarismo y de los sectarios incorregibles.» En varias ocasiones aconsejó a distintos grupos pegarse y buscar un puente hacia las masas que iban girando a la izquierda con una variedad de tácticas, seguía el consejo de Lenin de ser firme en los principios, pero flexibles en las tácticas. Este sigue siendo un debate importante dentro del trotskismo. Quienes militamos y construimos el MST en el FIT Unidad estamos convencidos que en momentos donde miles se decepcionan del Frente de Todos y donde existe una amplia vanguardia obrera, juvenil, ambiental, feminista, que se acerca a posiciones como las que aquí desarrollamos es necesario encontrar esos puentes que permitan construir una herramienta política con influencia de masas que se transforme en una verdadera alternativa de poder para derrotar a las variantes del sistema y construir una Argentina y un mundo socialista, donde las inmensas riquezas que produce el pueblo trabajador estén al servicio de las necesidades sociales y no de la ganancia de un puñado de capitalistas.

A los lectores de AS, a aquellas personas con quienes compartimos las luchas cotidianas, los invitamos a conocer más la obra y la vida de Trotsky. Aportes como la «Ley del desarrollo desigual y combinado», la «Teoría de la Revolución Permanente» o el «Programa de Transición» son fundamentales para poder intervenir en las luchas con una perspectiva de transformación social. Al mismo tiempo, los invitamos a activar juntos y construir en unidad esa herramienta fundamental que necesitamos los trabajadores y los sectores populares.

 

 

 


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