En el Coloquio de IDEA, una suerte de escuela de cuadros de los CEOS y corporaciones, junto a los políticos burgueses, peronistas y de la derecha, la burocracia sindical ya es habitué en el staff permanente. Este año, estuvieron Gerardo Martínez y Ricardo Pignanelli y no fue casual: la reforma laboral dominó la agenda y el sinceramiento y aporte de ideas de estos traidores matriculados fue casi emblemático. Todo un signo de su decadencia y de la perentoria necesidad de una nueva dirección.
Escribe: Guillermo Pacagnini
Recurrentemente, desde las patronales y los sucesivos gobiernos, más allá de estilos y formatos, vienen intentando barrer conquistas obreras logradas a sangre y fuego. Acá no existe grieta: del peronismo aggiornado a la derecha en su amplio abanico, todos asimilan el lenguaje del FMI y de la salida que busca la burguesía para que los trabajadores paguemos los platos rotos de la crisis. En sus discursos abundan los términos: productividad, polifuncionalidad, eficiencia, flexibilidad, innovación, eficacia, gestión, modernización de las relaciones laborales y los convenios. Léase, en todos los casos, reforma laboral.
Conocer la historia
Las conquistas laborales a lo largo de la historia estuvieron determinadas por la lucha de la clase obrera y la relación de fuerzas en cada período. Muchas de ellas se lograron institucionalizar a través de leyes generales, convenios y estatutos especiales. En 1902 y 1904 se desarrollaron las primeras huelgas generales en el país. Como consecuencia de ello: en 1904 se estableció el descanso dominical y en 1905 se reguló el trabajo infantil y de las mujeres. Desde el vamos, al ritmo de la lucha de clases, la burguesia y sus gobiernos, mediantes medidas reaccionarias y represión pugnaron por arrebatar las existentes y evitar que surjan nuevas.
Recién en 1929 se estableció la jornada de 8 horas y en 1933 los empleados de comercio lograron la estabilidad laboral, indemnización contra el despido y vacaciones pagas por ley.
Durante el gobierno peronista, respondiendo a una situación económica excepcional del país y a un ascenso de las luchas obreras, se amplió la legislación laboral y se crearon los tribunales de trabajo, aunque nunca se legalizó el derecho a huelga. Los cuerpos de delegados e internas se multiplicaban por abajo y eran la expresión organizativa de un nuevo momento de la clase. Mediante huelgas, los trabajadores obtuvieron los convenios colectivos de trabajo con estatus legal, la mayoría abarcando a toda una rama económica. En ellos se establecieron escalafones, antigüedad y limitación del ritmo de trabajo. Si bien se estableció una gran fragmentación y desigualdades, se acumularon conquistas.
La tremenda rebelión del Cordobazo, justamente desencadenado por el cercenamiento de conquistas, como la extensión de la jornada a los sábados, abrió un nuevo período de luchas y direcciones clasistas y se recuperaron derechos. Por ejemplo, primero en la de Fiat en Córdoba y luego en Buenos Aires, eliminaron el premio a la productividad, incorporándolo al salario básico. Esta etapa de luchas obligó la sanción de la Ley de Contrato de Trabajo, que le daba rango legal y general a los derechos existentes y consagraba la estabilidad laboral, aunque también aggiornaba otros y habilitaba las tercerizaciones.
La dictadura y la avanzada menemista
Ya durante el tercer gobierno peronista de los 70, la reacción para “bajar el costo laboral” se intensificó. El famoso Pacto Social firmado por la CGT y los patrones, establecía una política de contención salarial y prohibía negociar aumentos mediante convenios. Pero no contuvo nada. Hubo grandes oleadas de huelgas y nuevos dirigenes de base: para barrer luchadores y conquistas sobrevinieron la Triple A y luego la dictadura.
Con el tercer gobierno peronista, es bueno recordarlo, se generaron normas de flexibilidad: Ley de Prescindibilidad del Empleo Público para despedir empleados estatales y decretos que anulaban las cláusulas de los convenios laborales que pactaban la indexación salarial.
La dictadura cívico militar cercenó Ley de Contrato de Trabajo, se amplió la cantidad de horas extras que podía hacer un trabajador en un 60% y se clausuró la negociación colectiva. Con la recuperación de las libertades democráticas, en pleno gobierno de Alfonsín se mantuvo la prohibición de negociar convenios laborales dictada por la dictadura. A fuerza de huelgas en 1988 se reabrió la negociación colectiva. Pero las burocracias negociaron cambiando derechos por salario. En los convenios firmados entre 1988 y 1989 hubo varios que incluyeron clásulas de tercerización. Varios convenios colocaron premios por productividad.
Menem y De la Rúa (década de los 90) modificaron la Ley de Contrato de Trabajo y retiraron muchas conquistas mediantes leyes de “emergencia” y hasta una ley de Reforma Laboral, famosa por destapar la complicidad coimera de los legisladores burgueses. Se suprimió la estabilidad laboral al permitir contratos por tiempo determinado y establecer períodos de prueba. Con la excusa de la formación de los jóvenes, se crearon pasantías precarizadoras. La ley de ART completó la reforma. Así como también la reforma a la normativa de las quiebras de empresas. En las llamadas PyMeS la flexibilización se hizo mayor.
También se atacó a los convenios. Fue célebre el de Fiat-SMATA, firmado en 1996, uno de los flexibilizados y un anticipo del de la Toyota de 2021. Cambiaba la jornada laboral y la empresa podía distribuir como quisiera las horas de trabajo, eliminaba las horas extras (con su pago suplementario) y establecía polifuncionalidad, salario según productividad con vales no remunerativos y vacaciones fraccionadas.
Táctica y estrategia
Las luchas crecientes obreras y populares terminaron con el Argentinazo de 2001, una histótica semiinsurrección que hizo estallar por los aires el modelo neoliberal de la década de Menem y De la Rúa. Evitaron que se consolide el plan burgués para barrer con los derechos laborales. Se recuperaron conquistas, entre ellas las paritarias y se reflotó la vigencia de convenios. También se disputó la tasa de ganancia de las empresas y el superávit que tuvo el estado en crecimiento durante el período de los K, consecuencias del mismo argtentinazo. Pero el gobierno K, apenas bajó la marea insurreccional, habilitó a la burguesía con la complicidad de la burocracia, para que trate de recuperar terreno. La vieja dirigencia desplegó su rol de contener y dividir las peleas. El sector que se hizo empresarial durante el menemato, como los popes de la CGT fue el más servil. También prestó servicios quienes posaban de críticos, como Moyano y la CTA que fueron degenerando al compás de su rol prebendario del Estado.
Un nuevo intento de la reforma laboral integral, con una ley global, volvió a la carga con el gobierno de Macri y fue derrotada, una vez más, con las gigantescas movilizaciones de 2017.
Con el gobierno del Frente de Todos y en plena crisis capitalista mundial, vuelven a la carga con los intentos de reforma. Cambiaron las tácticas, pero no la estrategia. Ahora es apelar al convenio por empresa y al rol de la burocracia para flexibilizarlo en el sector privado. Cuestionar y reformar los estatutos especiales como los de trabajadores docentes y en el sector salud donde se lograron leyes de carrera progresivas. Quieren liquidar la ultraactividad, enorme conquista que todavía persiste en varios convenios: la prórroga automática mientras se negocia uno nuevo, manteniendo los derechos a favor del trabajador. Las patronales la consideran un privilegio, un factor que induce al conflicto y advierten que no existe en los países del “primer mundo” donde avanzó la flexibilización. El Coloquio de IDEA tuvo a la reforma laboral como eje de su agenda. Y a la burocracia como sus facilitadores de primera línea. Los acuerdos directos entre empresas y gremios, la incorporación precarizadora a las empresas de beneficiarios de planes sociales con período de prueba ampliado y la eliminación del régimen de multas laborales vigente, serían los primeros pasos tácticos hacia la nueva reforma.
Volver a la carga
Con un notable deja vu noventista, ha cobrado fuerza esta campaña por la reforma laboral reaccionaria. Para poner a tono a la Argentina con la receta burguesa para la crisis mundial y avanzar en la pendiente normalización capitalista. Y el clima electoral la coloca como uno de sus ejes de debate. La llegada de Massa al gobierno del Frente de Todos le imprimió un giro conservador y un plan de ajuste y entrega con medidas de corte clásico. La derecha de Juntos por el Cambio, viendo que el gobierno le robó la agenda, le exige más. Y su sector más reaccionario con el propio Macri y Patricia Bullrich habla sin tapujos de implementar los tópicos que se discutieron en el coloquio de IDEA. Milei y sus secuaces directamente comparten tribuna con Cavallo y el hermano de Menem. Todos coinciden en bajar el costo laboral, a expensas de los trabajadores, de su salario relativo, su salario social y demás derechos. Y resurge con fuerza la idea de una reforma integral, aunque son conscientes de que les va a costar implementarla por el clima de conflictos. La pelea del SUTNA, además de colocar el salario, reflotó el debate por recuperar aspectos del convenio como la “hora al 200%” que perdieron cuando el sindicato era dirigido por Waseijko de la CTA T. Pero la novedad es la verdadera confesión de parte de la burocracia sindical.
¿Pignanelli marca el camino?
Tanto Ricardo Pignanelli, secretario del SMATA, como Gerardo Martínez compartieron cartel con empresarios y políticos patronales. “Cedimos”, dijo el traidor de los mecánicos, cuando le preguntaron cómo se alcanzó el acuerdo de hace dos años con la patronal de Toyota, presentado aquí como modelo flexibilizador. Entre sarcasmos y anécdotas, no pudo con su genio y criticó la pelea del SUTNA, perocupado por las ganancias de los patrones metalmecánicos. Después de confesar su matriz traidora al afirmar que “A la empresa no le puedo sacar más de lo que puede pagar”, reconoció que no le impusieron el acuerdo implementado en la planta de Zárate. Sino que fue él quien viajó a la casa matriz y se lo ofreció a la máxima conducción de la corporación. Justificando que “El gran desafío es que la gente vea el futuro”. Bueno, en el SMATA hace un tiempo que sus dirigentes salen de viaje de negocios. Omar Dragún, histórico dirigente del SMATA Córdoba, habría viajado a la casa matriz francesa de la Reanult, para hacer una entrega llave en mano. Ese personaje fue quien firmó el acuerdo a la baja de la Renault-Nissan, cuando gobernaba Cristina K.
Los cambios regresivos en el convenio de la Unión Ferroviaria, el de los petroleros de Vaca Muerta y el de varios bancos privados, son otros casos testigo que analizaron los popes empresarios y se recomiendan para modernizar las relaciones laborales en clave capitalista.
El buchón de los servicios y secretario de la UOCRA, Gerardo Martínez, redondeó el lamentable rol propatronal de esta burocracia: “ustedes representan intereses y nosotros también. Nadie lo pone en tela de juicio. Es el sistema capitalista. Necesitamos sindicatos transparentes y sanos”.
Un dato no pasó desapercibido: el presidente del coloquio Daniel Herrero, capo de Toyota y quien firmó el acuerdo flexibilizador con Pignanelli. Suficiente ilustración.
El convenio de Toyota
El régimen laboral era de cinco días de trabajo fijos, más dos sábados por mes, bajo la modalidad de horas extras. Después de la firma, se pasó a tener cinco jornadas de trabajo totales por semana, con flexibilidad de los días que sean, estableciendo grupos de trabajo de seis personas que van rotando.
Los trabajadores se negaban a realizar las horas extras, porque sufrían importantes recortes en sus ingresos al aplicársele el regresivo impuesto al salario. Pero, en lugar de buscar una solución favorable a los trabajadores, se optó por flexibilizar el régimen. Y lo hicieron, patronal y burocracia, despreciando la inestabilidad en la vida y la salud de los trabajadores. Con la fachada de la efectivización de una franja nueva de operarios, se avanzó en el camino de la reforma laboral.
El acuerdo dispuso que los operarios trabajen todos los sábados, en un turno de medio día, como jornada obligatoria. Con franco todos los domingos, más un día de semana que es móvil. De esta manera, la patronal de Toyota tiene la planta en funcionamiento durante la mayor cantidad de horas para aumentar el volumen de fabricación.
Por una nueva dirección democrática y combativa
Estos dirigentes no pueden representar a los trabajadores
Esta dirigencia, atornillada a los sillones hace décadas, domina los aparatos sindicales, pero cada vez más se divorcian de las necesidades de los trabajadores y son menos sensibles a los reclamos de la base. Más aún, hacen los mayores esfuerzos para no generar conflictos, porque temen no poderlos controlar. Reflejan los intereses de las patronales de su rama, la interlocución con los gobiernos de turno, las prebendas del estado o las fracciones del peronismo.
El espanto los unió en el Frente de Todos, se mantuvieron integrados al gobierno de manera desembozada, sin generar el menor ruido en las calles. Pero los tiempos electorales cruzados por el mal humor social y el ajuste fondomonetarista, hizo recrudecer la pelea por espacios de poder.
Y esbozan críticas y tenues reclamos. Claro que ante el conflicto del SUTNA volvieron a cerrar filas y recibieron un cachetazo tremendo que partió del sindicalismo combativo y la izquierda. Manejan los aparatos, pero no logran controlar las peleas que surgen desde abajo. Sus sillones crujen, hay crisis y algunos han caído, como Caló en la UOM. Tienen fecha de vencimiento, pero siguen siendo un escollo que no podemos minimizar ya que encarnan el viejo modelo verticalista, estatista y de pensamiento único que el gobierno peronista y las patronales necesitan.
Estos dirigentes entierran los paros nacionales y son funcionales al ajuste. Pero no logran abortar el proceso de recambio sindical que surge desde abajo. Los autoconvocados docentes, los nuevos dirigentes de la salud, internas y algunos sindicatos recuperados, marcan el camino de esta renovación. Soplan vientos de cambio. Pero no se puede bajar la guardia. Hay un claro contraste. Son ellos o nosotros.
La versión Pignanelli, servil a ultranza a las patronales, muestra que hay que barrerlos de los sindicatos. Y seguir impulsando una nueva dirección y un nuevo modelo sindical democrático, independiente del estado y el poder político y con libertad e integración proporcional de todas las corrientes de opinión. Desde ANCLA y el MST bregamos por apoyar no solo las luchas para que se ganen, sino para que se levante un programa que renuncie a todo posibilismo y de la pelea por una salida de los trabajadores. También y como tarea imprescindible, el nuevo activismo que surge como germen de la nueva dirección que hace falta. El Plenario del Sindicalismo Combativo debe salir de su parálisis y convocar a la unidad de los sectores que luchan. Para seguir impulsando la pelea por el salario con cláusulas gatillo que lo actualicen según inflación real. Por la prohibición de despidos y suspensiones y la estatización toda empresa que cierre bajo control obrero. Para rechazar toda reforma laboral y luchar por terminar con el trabajo precario y no registrado. Por el reparto de las horas de trabajo sin afectar el salario. Por la plena democracia sindical y, junto a la izquierda del FIT Unidad, por un plan alternativo obrero y popular para que la crisis la paguen los capitalistas.