Cumpliendo con las exigencias del FMI, los argentinos nos despertamos al día siguiente de las PASO con una devaluación del 22%. Con esto Massa, además buscaba conseguir un desembolso de U$S 7.500 millones que le permitiera llegar a octubre sin grandes sobresaltos y bajar la presión alcista sobre los dólares financieros y blue y así transmitir a los empresarios y el pueblo una sensación de tranquilidad económica. Nada de esto pasó, la inflación se disparó y el blue trepó a los $780. Por qué pasó todo este lío y qué salida planteamos desde la izquierda te lo contamos resumidamente en esta nota.
Escribe: Gerardo Uceda
Si hay una «política de Estado» en la Argentina de hoy es la completa sumisión de todas las coaliciones y partidos burgueses a los dictados del FMI y su ajuste. Pueden diferir en las formas de expresarlo, en los ritmos de aplicación y hasta en los modos de ejecutarlo. Pero todos coinciden en las dos propuestas centrales del Fondo: devaluar el peso y ajustar a las masas para que ellas paguen el costo de la crisis. Así de sencillo.
Ahora bien, luego de la devaluación del lunes 14 de agosto, todos esos mismos analistas y sectores burgueses reconocen que la misma habría tenido prácticamente todas consecuencias negativas sobre la economía y casi ningún beneficio. Veamos por qué.
La estrategia de devaluar el peso, en mente del FMI y los grandes capitalistas, tiene dos grandes objetivos: por un lado, lograr que el gobierno «venda» el dólar oficial a $ 350 a los importadores y los «compre» a un precio similar a los exportadores y con eso frenar la sangría de reservas a la que habíamos llegado. Según ellos, la merma de reservas se debía a que el gobierno vendía dólares a $ 268 a quienes querían importar y compraba el dólar «agro» a $ 350 (ello explicaría los obstáculos infructuosos que les ponían a los industriales). El FMI veía en esto la posibilidad de recuperar reservas del BCRA para asegurarse los pagos venideros… a si mismos.
Por otro lado, imaginaban que con una devaluación, la productividad y la rentabilidad argentina mejoraría. Porque pagarían los costos de sus transacciones en pesos devaluados y, principalmente, porque pagarían los salarios de millones de trabajadores directa e indirectamente involucrados en la producción y cobrarían en dólares recientemente ajustados.
Sin embargo, por lo menos en las primeras semanas post devaluación, ninguno de estos dos efectos positivos para la gran burguesía y el FMI sucedió, sino más bien todo lo contrario como veremos luego mientras están tratando de pasarse factura mutuamente. La oposición de Juntos y Milei dice que era necesario devaluar pero con un plan integral de contención del gasto o déficit y sin dar seguridad jurídica. Que por eso salió todo mal.
El gobierno, por su parte, trabajaba con presupuestos falsos y por su propia crisis política arrimó leña al fuego. Desde el equipo económico de Massa decían que una devaluación del 22% no tendría impacto en los precios debido a que las grandes corporaciones y formadores de precios, crearon un colchón de ganancias extraordinarias previo a las PASO. Claro que asumir esto es negar la esencia de la voracidad capitalista, que frente a la posibilidad de multiplicar en forma fácil sus ganancias no mide consecuencias. El Massa candidato también imaginaba que, haciendo la devaluación rápido post PASO, podría absorber los costos y le daría tiempo para recuperarse frente al electorado en setiembre y octubre. Este razonamiento de crisis es también de una ingenuidad rayana en la estupidez.
Para colmo, el panorama electoral post PASO es también un elemento revulsivo hacia la economía y estabilidad capitalista. Por un lado y de sobra conocida la gran debilidad de Massa y el oficialismo para hacer frente a tamaña crisis. Pero además la irrupción de Milei con su propuesta de dolarizar empuja a una subida del dólar sin techo previsible si, y es una posibilidad, se alzara con la presidencia, generando incertidumbre y especulación anticipadas.
Consecuencias reales de la devaluación
Lo que en verdad ocurrió en la semana post PASO y lo sufrimos todos es que los grandes capitalistas y formadores de precios, que ya intuían o directamente tenían el dato de la devaluación que se venía, el mismo lunes estaban mandando listas de actualización o suba de precios desde el 20-30% hacia arriba. Con lo cual la aceleración inflacionaria llegó a niveles no vistos, agitando el fantasma de la hiper. Falta de precios de referencia, acaparamiento de mercancías (muy evidente en la construcción, por ejemplo) y aumentos desmedidos sin ninguna lógica completaban el combo.
Sucedió que la brecha cambiaria con el blue y los dólares financieros no bajó en absoluto y éstos se ubicaron en torno a los $ 780 llegando con picos de $ 800 (otra vez por encima del 100% de brecha aún después de la devaluación), generando el clima de una corrida cambiaria, sin techo previsible. Para frenar la corrida del peso a los dólares paralelos y financieros el BCRA tuvo que incrementar la tasa de los plazos fijos del 97% al 118%, lo que automáticamente encareció el costo del crédito, haciendo prácticamente imposible su utilización para cualquier proyecto industrial o comercial real y previsible.
Desde el propio gobierno en sus diversas áreas echaron más leña al fuego inflacionario. Así, desde la secretaría de energía tuvieron que advertir que las tarifas eléctricas tendrían que reajustarse (parece que «descubrieron» que el 80% de su costo está dolarizado). Lo mismo sucedería con el gas (del cual el 100% del costo está dolarizado) y los combustibles que ya arrancaron con el 12,5% de aumento por más presión que intentó meter Economía. Y todo esto en un país en el que todos los analistas internacionales prevén una caída del PBI del 3 al 4% para el próximo año.
De esta manera, el supuesto beneficio (capitalista por cierto) de haber devaluado el dólar un 22% se perdió casi todo en pocos días, con la perspectiva de una inflación del 12% mensual en agosto y setiembre, con el aumento del costo del crédito y el aumento de las tarifas que tendrían que pagar los propios empresarios. Aunque Massa nos venda que habrá un dólar estable a $ 350 hasta fin de año, o que hizo acuerdo de precios con algunos industriales ligados a los alimentos, nada está garantizado. Solo debemos recordar que la carne subió un 60% en los últimos meses y esto a pesar de que el consumo cayó entre un 20 y 30% en el mismo período.
Los trabajadores y el pueblo pagan los costos
Si para la economía en general, desde el punto de vista empresarial, la devaluación fue mala y no trajo los resultados esperados, para el pueblo las consecuencias fueron devastadoras y podrían ser peores sino las enfrentamos. Casi de inmediato todos nos transformamos en un 30% más pobres, el poder adquisitivo del salario se licuó. Pero a futuro el panorama es peor aún ya que la inflación prevista saltó del 120% al 180 y hasta el 200% anual, mientras que las mejores negociaciones paritarias de gremios industriales no superan el 120% anual, ni hablar de los trabajadores informales, los jubilados y planes sociales. Estas catastróficas consecuencias casi seguras no se arreglan con los miserables bonos de $ 10 mil pesos más para jubilados, o bonos no remunerativos a cuenta de paritarias o la miseria acordada para los planes sociales, que anunció Massa ayer en su pomposo discurso. Ni siquiera anunció un IFE como lo hubo en pandemia y lo que le bajan a los monotributistas es un chiste de mal gusto. Los anuncios son sólo parches electorales, muy miserables para la magnitud de lo perdido, y son beneficios para los patrones.
De seguir las recetas del gobierno y de la oposición tradicional, ni qué hablar del liberfacho Milei, nos enfrentaremos en los próximos meses a subas impagables del gas, luz, transporte y todos los alimentos sobre los que impacta no sólo el valor del dólar sino el traslado de los costos de energía y transporte a los precios por parte de los grandes mayoristas y cadenas de distribución.
Por eso pegó un salto brutal la bronca hacia el gobierno y su ajuste. Esta es la razón que explica la desesperación de la gente que, no teniendo salario ni ayuda social se lanza al saqueo de supermercados y comercios, no como se ponen de acuerdo todos ellos en catalogar de ladrones o delincuentes organizados, para los que el sistema sólo tiene como respuesta la represión y la cárcel. También son combustible para la bronca que aumenta y va a alimentar el conflicto social.