Asumió Milei y arranca un período de fuertes cambios. Van a intentar un ajuste muy duro y recortar derechos esenciales. Pero se vienen también duras confrontaciones para impedirlo. Ante el fracaso del PJ y la deserción de la burocracia, se abre una oportunidad para avanzar en la dirección sindical y política que necesitamos los trabajadores y el pueblo.
Escribe: Guillermo Pacagnini
El ascenso de Milei tiene una base material, la tremenda crisis que castiga al pueblo trabajador: inflación récord, precarización laboral y casi media población en la pobreza. Una clara responsabilidad del gobierno peronista, que defraudó a quienes creyeron que venía a cambiar el desastre que nos había dejado el macrismo.
Pero no es un fenómeno inédito, sino el reflejo local de un fenómeno mundial y latinoamericano que surge de la crisis capitalista global. Con crisis profunda de las viejas estructuras políticas y polarización política y social hacia derecha e izquierda. Ante el fracaso de los partidos tradicionales y fuerzas “progresistas” en el gobierno, y ante la falta de desarrollo de alternativas revolucionarias de izquierda con peso de masas, irrumpen fenómenos de derecha muchas veces por fuera de los viejos partidos: Bolsonaro en Brasil, Trump en EE.UU., Meloni en Italia.
A su vez éstos no se sostienen en el tiempo, generando reacciones importantes del movimiento obrero y popular. Por eso, aunque el programa de medidas de Milei tenga un fuerte tono de los años 90, el marco internacional es diferente al de esa década, cuando tras la caída del Muro de Berlín el modelo neoliberal estaba en auge. Ahora nos tenemos que preparar para mayores tensiones sociales y políticas.
El nuevo gobierno y el régimen político
La llegada al poder de un personaje ultraderechista impactó y generó debates políticos en el activismo. Según algunos, se abre un período de retroceso y derrotas o un régimen casi fascista. A veces esa visión la alimentan las direcciones burocráticas o dirigentes de sectores de Unión por la Patria para justificar su inacción, zafar de su responsabilidad por hundir al país o, peor aún, aportar a la “gobernabilidad” de Milei.
El equipo de gobierno que se acaba de formar expresa un nuevo proyecto con fuerte apoyo burgués, imperialista y del FMI. Quieren avanzar en un profundo ajuste y también en reformas estructurales que intentan desde hace años y que la lucha de clases les obstaculizó. Más que un plan económico, es un nuevo intento de “normalizar” el país en clave capitalista: agachar la cabeza y, con suerte, laburar sin chistar por dos pesos.
Luego de semanas de arduas negociaciones contra reloj, con la venia del imperialismo y el FMI, el establishment y las dos coaliciones políticas derrotadas, todos aportaron su cuota de cuadros para armarle un equipo de gobierno al ultraderechista Milei. Libertarios, macristas, exfuncionarios de las castas y representantes de grandes corporaciones capitalistas integran el nuevo círculo rojo. Eso no lo podemos minimizar.
También van a tratar de aprovechar la base social que los votó, consolidando la franja que ganaron para su discurso ultraliberal y buscando sumar a los que votaron para castigar al gobierno peronista. Tienen a su favor el efecto de “gobierno nuevo” y las expectativas creadas en esos sectores.
Pero este frente único, que va a contar con los gestos pro-gobernabilidad del resto de Juntos por el Cambio, el peronismo y la burocracia sindical, también está plagado de contradicciones y va a estar sometido a fuertes tensiones.
Hay un gobierno que tuvieron que conformar sobre la marcha alrededor de un outsider, ante el fracaso del proyecto de JxC que no logró capitalizar la debacle peronista y también fue castigado. Tiene la titánica tarea de amordazar y derrotar al movimiento obrero, los movimientos sociales, las mujeres y la juventud para imponer un plan de saqueo, concentración económica y ajuste brutal.
Van a tratar de incorporar elementos autoritarios al régimen, criminalizar la protesta social, y aplicar la represión para despejar el camino. Pero a su vez van a chocar con las reservas democráticas y las necesidades de lucha de amplios sectores del movimiento de masas, que no va a dejarse explotar y quitar derechos esenciales sin dar pelea.
La burguesía juega sus fichas sabiendo que esta “normalización” va a tener un alto costo. La alternancia del bipartidismo peronista y radical viene golpeada desde el Argentinazo de 2001, y las dos coaliciones que lograron poner en pie para recomponer esa alternancia acaban de naufragar.
Una hoja de ruta reaccionaria
Algunas estrategias tienen idas y venidas, por ejemplo, postergan la dolarización. Aun así, es un gobierno claramente alineado con los EE.UU., Israel y dispuesto a las “relaciones carnales”, a jugar de su lado en la disputa por la hegemonía imperialista y a cumplir las exigencias del FMI. Falta ver cómo se ubica frente a los BRICS, ya que hay sectores de la burguesía que tienen importantes negocios allí.
Como anunció Caputo, pretenden empezar por un brutal ajuste ortodoxo contra el pueblo (ver recuadro). Plantean una dura reducción del 15% del PIB: 10% por desactivación de Leliqs y 5% de ajuste directo. A este ajuste, que nos devaluó la vida un 120% de un plumazo, le sigue un plan de privatizaciones, achicamiento extremo del Estado, apertura económica indiscriminada y una serie de reformas reaccionarias en el Estado, laboral y previsional que suponen una quita de derechos sociales y democráticos que nos costaron años de lucha. Con o sin ley ómnibus, es la antesala del intento de reformas estructurales reaccionarias.
Los despidos de estatales son el primer eslabón de la cadena. Pero el ataque es más general. En el sector privado buscarán bajar el llamado costo laboral. O sea, reemplazar las indemnizaciones por un “fondo de cese laboral” administrado por aseguradoras privadas (modelo UOCRA), tercerizar con mano de obra más barata (modelo Siderar Techint) y flexibilizar los convenios prolongando la jornada (modelo Toyota Zárate). El extractivismo ecocida, el cercenamiento de los derechos de género y del derecho a la protesta también están en la agenda. Resta conocer los ritmos, aunque pretenden aprovechar el envión inicial e imponer un shock.
Las mentiras de Milei
Para justificar semejante plan, Milei apela a varias falacias. Contra ellas debemos dar una batalla cultural para desenmascarar esta estafa a la clase trabajadora y los sectores medios y populares. Veamos algunas.
“El ajuste lo paga la casta”. Falso. La casta está en el gobierno, en el Congreso, en las cúpulas militares y policiales, en los jueces vitalicios. Siguen gozando de sus privilegios. No se les rebajó ni un peso de sus ingresos. No se los obliga a utilizar los servicios públicos, como planteamos desde la izquierda. En cambio se devaluaron los salarios, se congelaron los planes sociales y se viene un brutal tarifazo.
“No hay plata y no hay otra que ajustar”. Falso. Está concentrada en el 1% más rico. Los empresarios, las corporaciones, los bancos han multiplicado sus ingresos. Y encima les conceden un tipo de cambio para seguir favoreciendo sus negocios. Asimismo hay un drenaje brutal con la estafa de la deuda externa, que asciende a casi 450.000 millones de dólares. Más pagamos, más debemos.
“El problema es el excesivo gasto público”. Falso. La ayuda social y los presupuestos de salud y educación ya se vienen ajustando. Sólo en los primeros diez meses de este año, los “gastos” fueron ajustados un 4,8% en términos reales: asignaciones familiares (-28,5%), subsidios a la energía (-25,8%), programas sociales (-6,1%) y jubilaciones (-3,5%). Los principales problemas que liquidaron las reservas y son un drenaje permanente son el pago de la deuda usuraria por responsabilidad de los sucesivos gobiernos, la fuga de capitales, el saqueo de los recursos y la concentración de la economía en pocas manos.
“La Argentina fue potencia hace 100 años y con estas medidas vamos a despegar”. Falso. La burguesía parasitaria nunca tuvo un proyecto de desarrollo. La Argentina fue y sigue siendo un país con la economía primarizada, agroexportador, desindustrializsdo, dependiente. Una semicolonia del imperialismo. Salvo el período de posguerra entre 1946 y 1949, cuando hubo una relativa sustitución de importaciones, nuestro país siempre estuvo sujeto al saqueo de recursos por una burguesía que es socia menor de las multinacionales e hipotecada al FMI, el Banco Mundial y demás usureros internacionales.
¿Qué hacer?
Las y los luchadores tenemos que programar nuestra propia hoja de ruta y prepararnos para duras confrontaciones.
En el movimiento obrero hay que apoyar y ayudar a coordinar las primeras luchas que se libran ante los despidos en el Estado. Ante el inminente proceso recesivo, reclamar la prohibición por ley de despidos y suspensiones y ocupar las empresas que cierren. Defender los convenios de los intentos de flexibilización, con la vigencia de plenos derechos, y pelear por un aumento general de salarios, jubilaciones y planes sociales con cláusula gatillo de indexación por inflación. También vendrán peleas en defensa de la salud y la educación públicas.
La CGT ha criticado las medidas, pero apuesta a la gobernabilidad y busca negociar las reformas. La CTA-T llama a no hacer olas para no “exponer“ a los compañeros. ATE y la CTA-A están en alerta, pero no llaman a ninguna medida. Hay que reclamarles un paro general y plan de lucha con continuidad, pero a la vez hay que prepararlo desde abajo, con el nuevo activismo y el sindicalismo combativo. En unidad con los movimientos sociales combativos, a los que amenazan con criminalizar. Al calor de estas luchas, tenemos que dar pasos en la nueva dirección sindical que se necesita.
Pero la pelea va a ser en todos los terrenos. En el movimiento ambiental, contra el extractivismo y la depredación del ambiente, uno de los pilares de este modelo capitalista. También en la juventud, en el movimiento de mujeres y disidencias, y en los barrios populares. Vamos a una pelea global, que tenemos que librar con la mayor unidad de acción.
La marcha unitaria convocada para el 20 de diciembre debe ser el primer paso para ir ganando las calles.
Pero hay otra tarea para este período que es más estratégica: la pelea por una alternativa política. Las luchas sociales van a ser claves para frenar el ajuste y defender derechos. Pero si no logramos una alternativa nueva, desde la izquierda, que ofrezca un canal a todos los que han sido defraudados con el falso progresismo del gobierno peronista que fracasó, que se transforme en opción de gobierno, no vamos a avanzar a una salida a favor del pueblo trabajador. La otra cara de esta dura etapa de confrontaciones implica una oportunidad para avanzar en esa alternativa política. El proyecto que planteamos desde el MST en el FIT Unidad apunta a transitar ese camino.