Afganistán, “el cementerio de imperios”

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Le dicen así porque los afganos primero derrotaron a los británicos, luego a la invasión rusa y ahora se fueron los yanquis. En los dos primeros casos, al poco tiempo los invasores vieron caer sus imperios. Los yanquis salieron golpeados. Apostamos a que no pasarán muchos años antes de que este pueblo termine con la barbarie que pretenden imponer los talibanes.

Escribe: Gustavo Giménez

Afganistán está en Asia Central, sin salida al mar y gran parte de su territorio es montañoso. Enclavado en medio de la llamada “nueva ruta de la seda”, limita al sur y sureste con Pakistán, al oeste con Irán, al norte con las ex repúblicas soviéticas de Turkmenistán, Uzbekistán y Tayikistán, y al este, por un estrecho corredor, con China. Con unos 40 millones de habitantes de distintas etnias, que en su mayoría viven en el campo, es uno de los países más pobres del mundo, aunque con grandes riquezas minerales bajo su suelo.

Tres veces intentó el imperio británico, que en el siglo XIX disputaba esa región con el imperio ruso, dominar al país y fracasó. En 1842 su ejército fue masacrado por tribus con escaso armamento en la batalla de Gandamak. Y en 1919, al fin de la 1ª Guerra Mundial, el emir Amanulá Khan les volvió a ganar y declaró la independencia.

Caída de la monarquía, revolución e invasión de la URSS

En 1973, una violenta explosión social, detonada por el hambre y la miseria que sufría la población, derrocó al reinado de Zaher Shah que duró 40 años. Se instauró una república presidida por el príncipe Daud, primo del rey, apoyado por la URSS y el PDP (partido nacionalista afgano prosoviético).

El proceso político se radicalizó y en abril de 1978 hubo un levantamiento dirigido por el PDP y una fracción militar. La llamada Revolución de Saur desaloja a Daud y sube al poder el PDP. Nur Mohammad Taraki asume como presidente del Consejo Revolucionario y lanza medidas progresistas, como la reforma agraria y la eliminación de la usura. Esto puso a los nobles terratenientes y los mujahidines (islámicos) en contra del gobierno.

Una ola revolucionaria con epicentro en Irán, que derrocó al régimen proyanqui del sha Reza Pahlevi, recorría esta región. Habitan allí muchos pueblos de culto musulmán, con vínculos hacia las repúblicas del sur de la ex URSS. En 1979, un nuevo golpe desplazó a Taraki y llevó al primer ministro Hafizullah Amin a la presidencia.

Los agentes soviéticos y el Consejo Revolucionario destituyeron y asesinaron a Amin. Así comenzó la invasión del ejército ruso a Afganistán, país en donde ya tenían más de mil asesores militares y un gran peso en sectores de la oficialidad.

La invasión de la burocracia rusa no tenía la intención de salvaguardar la revolución afgana ni impedir una supuesta invasión externa. Su objetivo real era “intervenir a toda costa para colocar una muralla que apuntalara el sistema capitalista afgano y el régimen del PDP, y que impidiera la extensión de la onda expansiva hacia la URSS”(1).

La ocupación del ejército ruso en Afganistán, durante 9 años, no apuntaló ninguna revolución socialista. Todo lo contrario: provocó un levantamiento que terminó derrotándola. La violación del principio de autodeterminación de los pueblos dio una excusa perfecta al imperialismo para alentar la invasión de Irak a Irán y bloquear económica y políticamente a la URSS. Le permitió al gobierno pakistaní y a la CIA armar a las guerrillas talibanas, entre ellas la dirigida por Bin Laden, que luego del retiro de las tropas rusas terminaron por derrotar al régimen prosoviético.

El desarrollo de las guerrillas manipuladas por la CIA podía haberse anulado si las masas afganas hubieran tenido respuesta a sus reclamos históricos, “pero el ejército de ocupación hizo lo opuesto: mantuvo y reforzó las atrasadas formas de explotación capitalistas, se apoyó en las vacías castas tribales-feudales-religiosas, y se negó a realizar ninguna transformación que condujera a un estado obrero”(2).

El gobierno talibán (1996-2001)

Los rusos retiraron sus tropas de Afganistán en 1989, aunque siguieron apoyando al gobierno militarmente hasta 1992. Sin este apoyo, el gobierno colapsó y se produjo una guerra civil que duró hasta 1996, culminando con el triunfo talibán.

Los talibanes en el gobierno, dirigidos por el mullah (clérigo) Omar, impusieron la sharia (ley islámica). Censuraron el cine, el teatro y la televisión. Prohibieron la escolarización de las niñas e impusieron el burka a las mujeres, que no podían trabajar y sólo podían salir de sus casas acompañadas por un hombre de la familia. Como castigo se impusieron lapidaciones en caso de adulterio, cortar las manos de los ladrones y se hicieron frecuentes ejecuciones públicas, todo ello producto de su interpretación fanática del islamismo. También se cometieron varias masacres contra minorías étnicas, religiosas y lingüísticas del país, en especial contra los chiítas y la población hazara, distintos a la rama sunnita que sostienen los talibanes.

La caída de las Torres Gemelas y la invasión de la OTAN

El 11 de setiembre de 2001 se producen los atentados de Al Qaeda a las Torres Gemelas de Nueva York y a la sede del Pentágono. El presidente yanqui, George Bush, le exige al gobierno afgano la entrega de Bin Laden y ante su negativa invade el país. El gobierno talibán huye al exilio. Bin Laden se refugia en Pakistán. El paso siguiente de la ofensiva imperialista fue la invasión de Irak, para deponer al gobierno de su ex aliado Sadam Hussein, con la excusa de que el mandatario iraquí tenía “armas de destrucción masiva”, nunca encontradas.

Durante los 20 años de ocupación imperialista, los EE.UU. llegaron a tener hasta 100.000 hombres en Afganistán y un gasto de 978.000 millones de dólares. La coalición original, la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF), se disolvió en 2014. El pantano de Afganistán llevó al presidente Barack Obama a reforzar la presencia militar, contra lo que fueron sus primeras promesas e intenciones. Luego empezó un retiro paulatino de las tropas, dejando un fuerte destacamento en la capital, Kabul, para proteger al gobierno proyanqui, los barrios de clase alta y realizar operaciones encubiertas. Al mismo tiempo, adiestró un ejército local afgano que decía contar con 300.000 efectivos y sofisticado arsenal estadounidense.

Los talibanes nunca fueron derrotados del todo. Se refugiaron en distintas partes del territorio y siempre contaron con el apoyo de Pakistán. Trump tomó la iniciativa de negociar con ellos la retirada de las tropas yanquis y acordó, sin la participación del gobierno títere de Ashraf Ghani, la liberación de 5.000 talibanes presos. Biden continuó el plan trazado por Trump, con la convicción de que el ejército gubernamental podía detener el avance talibán.

Se equivocó: el régimen afgano, títere del imperialismo, se derritió rápidamente. Las tropas entregaron sus armas sin luchar en gran parte de los casos. Una guerrilla talibana mal armada, de unos 75.000 hombres de distintas procedencias, pudo en pocos días controlar el país. La falta de una dirección revolucionaria que interviniera en la lucha contra la ocupación norteamericana permitió que un gran logro, la derrota del principal imperialismo del planeta, trajera una nueva pesadilla para las mujeres y el pueblo afgano: la vuelta del horror talibán.

Distintas potencias como Rusia o China (que tiene fuerte injerencia económica en Afganistán) negocian con el nuevo dueño del poder afgano. La situación regional y mundial ha cambiado en estos 20 años. Los pueblos del mundo y la región vienen de protagonizar rebeliones y dar enormes luchas en la pre-pandemia y grandes contingentes empiezan a reaccionar. Este marco permite prever como perspectiva probable que el pueblo afgano, sus mujeres y sus trabajadores, van a dar batalla por sus derechos y contra el reaccionario régimen teocrático que los talibanes pretenden imponer. La solidaridad socialista e internacionalista será de gran ayuda en ese sentido.

 

1, Afganistán, una invasión que empezó mal y terminó peor, Carmen Carrasco, en Correo Internacional N° 39, marzo 1989.
2. Ídem.

 


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