Escribe: Guillermo Pacagnini
Pasados menos de tres días de la derrota en las PASO se fue desarrollando una tremenda crisis en las alturas a inusitada velocidad. Sobre el cierre de esta edición, la misma está en pleno desarrollo y su dinámica aparece todavía incierta. Es un verdadero terremoto con réplicas sucesivas en todos los rincones del oficialismo, pero con un claro epicentro en la Rosada y en la figura de Alberto Fernández que quedó en la lona por la paliza electoral.
Lejos de poder rearmarse y retomar la iniciativa con algunos tibios anuncios económico-sociales improvisados, desde el búnker de Cristina salió la orden de renuncia de sus ministros afines. La primera piedra la tiró Wado de Pedro con una carta abierta. Como efecto dominó, casi una decena de ministros y altos funcionarios colocaron en el escritorio presidencial sus renuncias. Antes, Alicia en Santa Cruz renunció a su gabinete. A nivel bonaerense, los ministros camporistas hicieron lo mismo ante Kicillof. Acto seguido, los ministros albertistas se abroquelaron y levantaron la guardia. ¿Golpe de estado, como dijo Carrió o susurraron otros sectores adictos a las teorías conspirativas? No: detrás del sainete se desarrolla una profunda crisis política. La desencadenó el cachetazo electoral en todo el país; alcanzó a todas las alas, sectores y referentes de Frente de Todos, y dejó nocaut al presidente. Se desnudó la debilidad congénita del gobierno, el desgaste profundo en el movimiento de masas de estos dos años de gestión y el hartazgo de millones que lo castigaron en las urnas.
Es evidente que Cristina y su sector K, además de pretender reposicionarse y esconder su propia derrota, leyeron la profundidad de la crisis y la necesidad de hacer ajustes en la política para parar la fuga y recuperar electorado. Buscan evitar que en las elecciones de noviembre se consolide el retroceso. Lo ven a Fernández en la lona, tomaron nota de la crisis de conducción y pretenden asumir el timón para pilotear el barco en la tormenta. Desde la oposición, fieles a sostener el régimen en momentos de crisis, la CGT y sectores de los movimientos sociales salieron a poner paños fríos, llamando a salvar la gobernabilidad y cerrar filas en torno a la figura presidencial. El Movimiento Evita, con cargos en el gobierno, llama a movilizar para respaldar a Fernández. Los mercados, que habían festejado la paliza al gobierno con alzas, empezaron a caer ante la incertidumbre y el peligro de gobernabilidad. La CGT insiste, por boca de Daer, en la necesidad de un acuerdo social.
Sin embargo, el grito de Cristina y sus muchachxs por un lado, los que respaldan a Alberto por el otro y la oposición burguesa que llama a salvar la «gobernabilidad» coinciden en una premisa básica: sostener el proyecto de Presupuesto 2022 que Guzmán manda al Parlamento, hacer los pagos pendientes con el FMI (empezando por la remesa que se va a pagar con los DEG el 22 de setiembre) y rearmar un programa de gobierno para que la crisis la sigamos pagando lxs trabajadorxs y sectores populares. El posible nuevo IFE insuficiente y no universal, el ajuste jubilatorio y un tímido aumento del salario mínimo serían parches para intentar descomprimir la caldera político social. Como contrapartida, vendrían la ley de compre nacional y el incentivo a las patronales pyme, no sea cosa que se exagere con el «derrame».
Con o sin cambio parcial de gabinete y más allá de que Cristina jure que no pidió la renuncia de Guzmán, la crisis no terminó. Y si la cierran en la coyuntura, la perspectiva no es hacia un escenario de tranquilidad: vamos a un agravamiento no sólo del ajuste y las penurias para el pueblo trabajador, sino de la respuesta en las calles, la conflictividad social y la inestabilidad política más general del gobierno. El fantasma de otro 2001 sobrevuela. Lo dijimos en el análisis del resultado electoral y este cimbronazo lo confirma. Por eso, fortalecer el FIT Unidad y el MST es de vida o muerte en esa perspectiva hacia una crisis de poder. Necesitamos una izquierda que se postule para gobernar.
En lo inmediato hay que movilizar, pero no para apoyar al gobierno sino, como lo van a hacer los movimientos sociales combativos, entre ellos nuestro MST Teresa Vive, para reclamar plata para trabajo, salud y educación. Movilizar como lo reclaman los trabajadores en lucha por la reapertura de paritarias y un aumento general de salarios jubilaciones y planes sociales actualizados según inflación. Rechazar el acuerdo con el FMI y no pagar ni un peso. Meter un impuesto progresivo y permanente a los ricos, lo opuesto a lo que hace el gobierno. Estos serían los primeros pasos de un plan alternativo obrero y popular. Hay que reclamar y preparar un plan de lucha y un paro nacional, denunciando y exigiéndolo a las centrales sindicales, que se preocupan por la estabilidad de los de arriba y no por la clase trabajadora. Si la crisis política se ahonda se plantearán otras salidas, mientras que la tarea inmediata es respaldar los reclamos sociales y fortalecer al Frente de Izquierda.