Esta semana vino de nuevo a la Argentina una misión del Fondo, integrada por Alejandro Werner, director del Departamento del Hemisferio Occidental, y el jefe de la misión argentina, Roberto Cardarelli. A ellos se sumó Trevor Alleyne, representante permanente del FMI en nuestro país.
El sábado 24, este trío se juntó primero con el flamante ministro macrista de Economía, Hernán Lacunza; el presidente y el vice del Banco Central, Guido Sandleris y Gustavo Cañonero, y el secretario de Política Económica, Sebastián Katz. Según los diarios, «Lacunza le aseguró al FMI que las recientes medidas dispuestas por el gobierno no impactarán significativamente en las cuentas públicas ni se desviarán del déficit previsto». El lunes 26 se juntaron otra vez y los funcionarios macristas reiteraron su sumisión.
Pero como el Fondo ya tiene claro que Macri está más chau que hola, quiso ver al ganador de las PASO para cerciorarse de su voluntad de mantener el acuerdo y el pago de la deuda. Por eso ese mismo lunes, más tarde, la misión se reunió con Alberto Fernández; su mano derecha, Santiago Cafiero, y sus economistas Guillermo Nielsen y Cecilia Todesca.
El comunicado que dio a conocer Alberto tras la reunión es crítico del gobierno y del Fondo «por la catástrofe social que generaron». El tono era esperable, porque estamos en campaña electoral. Y «los mercados» volvieron a temblar. El que no tiembla es el FMI, porque Alberto ya reiteró que, como máximo, les va a pedir algo más de plazo para seguir «cumpliendo los compromisos».
No va más. Con Macri o Alberto, el FMI es más ajuste y entrega. Por eso hay que seguir la pelea para echarlo para siempre.
P. V.